martes, 17 de diciembre de 2013

Encíclica LUMEN FIDEI, del Papa Francisco (Recensión)



Por: Romeo Ramos Amaya

Papa Francisco, Carta Encíclica Lumen Fidei (29 de junio de 2013).
Libreria Editrice Vaticana (www.vatican.va), Roma 2013.


El sumo pontífice, Francisco, al abordar el tema de la Luz de la fe, comienza planteando que por la fe hemos creído en el amor. En un principio muestra el papel de dos personajes bíblicos cuyo papel fue determinante en la historia de la salvación y cada uno fue movido por su fe; el primero es Abraham, quien no ve a Dios, sólo escucha su voz, y  es una palabra que por su fe,  lo interpela y él obedece; como segundo momento muestra al pueblo de Israel, a quien por medio de Moisés, y basado en su fe, Dios lo llama a un largo camino, para adorar a Dios y heredar la tierra prometida, ya que por medio de la fe se puede ver el camino luminoso entre Dios y los hombres. Como siguiente punto y elemento medular se muestra que  la plenitud de la fe cristiana es Cristo, que todo el antiguo testamento converge en él, que su vida y resurrección es la intervención definitiva de Dios en la historia, la fe en Jesucristo lleva al cristiano a comprometerse a vivir con mayor intensidad su vida terrena.
La salvación  mediante la fe nos muestra que el centro de la bondad humana es Dios, no el ser humano “En efecto por gracia estáis salvados, mediante la fe,…” Ef 2,8. Como resultado de la maduración de la fe, el cristiano sale de sus actitudes individualistas y sin perder su individualidad y en el servicio a los demas, se incorpora a la Iglesia, en comunión con los demás creyentes. El documento plantea una secuencia de pasos en el cual afirma que si no se cree no se puede comprender, esto significa que la fe tiene en la verdad seguridad, garantía de salvación, de igual forma requiere como condición indispensable, el amor; sin amor la verdad se vuelve fría, impersonal, opresiva para la vida concreta de la persona. Dios emplea diferentes medios para aumentar nuestra fe, como la escucha y la visión, por eso el encuentro personal con Cristo permite al creyente ver y escuchar a su Señor.
La  fe en su diálogo con la razón puede iluminar las grandes interrogantes de nuestro tiempo, y mostrar una concepción de la naturaleza que va más allá de las explicaciones numéricas, esto lleva a maravillarse con la creación; la fe lleva al creyente en su búsqueda de Dios, a encontrarlo en diferentes signos de su vida cotidiana, asimismo la fe le permite ver a un Dios que se preocupa por él, un Dios que a la vez le es accesible; esta búsqueda de Dios debe llevar al cristiano a entender que Cristo es el origen y consumación de la historia, esto se expresa en el hecho que los cristianos viven en el camino de la fe, para reconocer la importancia de Dios, o porque experimentan el deseo de la luz en la oscuridad; todo esto tiene como elemento fundamental la teología, ya que por medio de esta Dios se da a conocer y permite al ser humano su humilde participación, producto de este diálogo son la fe y la Iglesia.
El camino del cristiano encuentra otra grada, esta es trasmitir lo que ha recibido, aquí se parte del hecho que el punto germinal de la fe, aquel acto de amor de Jesús, ha llegado hasta ahora porque a lo largo de la historia muchos testigos lo han trasmitido, todo esto en el seno de la Iglesia, madre de nuestra fe –por eso la fe no se puede vivir de forma aislada- el creyente difunde su fe, comparte su alegría con otros. La transmisión de la fe es algo más que trasmitir ideas o una doctrina, la Iglesia  trasmite la vida, la luz que nace del encuentro personal con el Dios vivo, una luz que toca a toda la persona: corazón, mente, voluntad, para esto necesita medios indicados, estos son los sacramentos celebrados en la liturgia, reza la palabra “un solo cuerpo y un solo espíritu,…” Ef 4, 4 – 5 esto se pone de manifiesto en la unidad de la Iglesia mostrada en el tiempo y el espacio, esto también está ligado a la unidad de fe, que debe ser confesada en toda su pureza e integridad, cualquier alteración produce daño a la totalidad, la fe es universal, católica, que ilumina el cosmos y la historia.
El siguiente escalón en el camino de la fe es que el creyente a partir de su fe configura otro tipo de escenarios sociales, aportando a los demás en su realidad concreta, en aspectos como: justicia, derechos humanos, la paz, etc. El primer ámbito que ilumina la fe es el matrimonio, la familia. Como producto de haber sido asimilada y profundizada en la familia, la fe ilumina todas las relaciones sociales y desde esta óptica se ve a cada ser humano como una bendición. La fe puede hacer que la persona dé un sentido al sufrimiento, convertirlo en acto de amor, la muerte puede ser vivida como la última llamada de la fe “sal de tu tierra”. La fe no quita los dolores, sino que guía los pasos de quien padece en esos momentos.
Como última protagonista de la fe,  la madre de Jesús, en quien la fe ha dado su mejor fruto, y muestra que cuando nuestra vida espiritual da fruto, nos llenamos de alegría, que es el signo más evidente de la grandeza de la fe en la persona.
Un elemento notablemente positivo en este documento del papa Francisco es el orden en el cual es desarrollado el contenido,  a juicio de quien aquí escribe va planteando gradualmente el camino que debe recorrer el creyente guiado por la luz de la fe, iniciando por asumirla y finalizando con los frutos
Personalmente, clarifica en mi marco conceptual, aspectos como por ejemplo el sentido concreto de los sacramentos en la formación de la fe.
Una debilidad del documento es el poco tratamiento que hace del tema de la pobreza, este elemento sólo es abordado de forma implícita, no hay un apartado que de forma específica se dirija a las amplias y mayoritarias multitudes de personas con marcados márgenes de  privaciones en sus necesidades básicas. 

VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA, ENSAYO DE ESCATOLOGÍA. El libro de Adolfo Galeano (Recensión)



Por: Ricardo José Rodríguez García


GALEANO Adolfo, Visión cristiana de la historia, ensayo de escatología, Ed. San Pablo, Bogotá 2010.
312 páginas.
ISBN 978-958-715-345-3


Adolfo Galeano, doctor en teología, publica este estudio sistemático de la escatología cristiana desde la historia y las diversas escuelas de pensamiento teológico. Su amplia experiencia como profesor de teología ofrece una rica síntesis de un tema en auge en la reflexión teológica sistemática contemporánea.
La obra está articulada de manera lineal y continua, de modo que ofrece a lo largo de sus cuatro partes un recorrido sustancial del desarrollo del tema escatológico, ubicando contextos y avances en la profunda realidad de las ciencias de las postrimerías. 
La primera parte desarrolla el concepto del "esjaton" como sentido de la historia. Esta realidad es presentada como un don de Dios que mantiene el rumbo y le da consistencia a la visión lineal de la historia, en contra de la visión cíclica presente en las corrientes helenistas de pensamiento. Asimismo, enmarca este sentido desde el cambio de paradigma en la baja Edad Media, hasta mostrar su desarrollo racional y de la persona como punto de partida del renacimiento. El "esjaton" encuentra en la modernidad su punto más álgido y alejado de su idea primigenia. La persona y la razón ponen como centro a los grandes humanismos que transforman la sociedad, la economía y la política; que en definitiva ven su ocaso en la primera y Segunda Guerra Mundial, dando paso al posmodernismo y la negación rotunda con su consecuente exclusión de la trascendencia cristiana. Mención especial merece el análisis de una realidad latinoamericana desde la visión de las grandes reflexiones eclesiales de Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida; ubicando las realidades del subcontinente  desde sus raíces metafísicas y barrocas de la escuela hispana de Salamanca, hasta la realidad de exclusión e instrumentalización de la persona en el siglo XX. La visión profética de estos documentos hace un llamado a volver al sentido correcto de la historia y su valor personalista del Reino de Dios. 
La segunda parte del libro aborda el origen del "esjaton" ubicando su raíz en la visión hebrea, es decir, desde la historia como lugar de revelación de Dios a la humanidad; diferenciándola de la visión griega del "logos" inaccesible. La consecuencia directa de esta visión es saber entender el tiempo como una oportunidad que se abre hacia la plenitud, libre de toda atadura y destino. Es decir, La historia como el escenario perfecto donde Dios presenta su plan salvador a la humanidad. Este plan de salvación realizado en el tiempo, es dinámico y encuentra su lugar con la encarnación cuyo culmen es alcanzado en la cruz, poniendo como signo y meta la resurrección, es decir la plenificación de la historia en cuanto a su objetivo y fin último, que tiene como protagonista al Espíritu Santo que infunde en la historia el dinamismo de la resurrección. 
La tercera parte presenta una revisión dinámica de los grandes temas particulares de la escatología, revisados desde la idea central de la historia como un proceso que avanza a su realización. En un primer momento el autor presenta el complejo tema de la muerte desde una visión antropológica y personalista contemporánea poniendo de relieve la realidad dinámica de la  muerte en cuanto transformación-continuidad del desarrollo personal en Cristo. En cuanto a las novísimos (la parusía, el juicio particular, el purgatorio, el infierno y el cielo) presenta su razón de ser en el encuentro personal con Jesucristo, quién hace comprender el sentido, la razón y la plenitud de la historia y de la persona. En esta dirección pone de relieve la coherencia de la reflexión de la historia lineal y su plenitud a alcanzar en Cristo. 
En la cuarta parte, el autor refiere de forma magistral un recorrido denso y rico por la historia del pensamiento cristiano escatológico. Las raíces propias de este pensamiento se encuentran en la cultura y espiritualidad del pueblo de Israel, aunque el Antiguo Testamento no esta impregnado totalmente de esta visión ya que se presenta de forma histórica. Israel concebía en la esperanza del futuro la vida en Dios, son los profetas los que se acercan a este tipo de interpretación de la historia y su sentido; en cambio en el Nuevo Testamento, la visión se compenetra en la óptica escatológica que se inaugura con la resurrección de Cristo, principio, sentido y plenitud de la historia; de ahí que las escrituras tengan en este evento escatológico el filtro y el origen del mensaje salvífico de Dios en Jesucristo, cuyas acciones, liberaciones, exorcismos y mensajes ponen de manifiesto el nuevo orden de las cosas y la esperanza en la plenitud de todo cuanto existe.  El Apocalipsis en este orden, demuestra la visión de una Iglesia que peregrina en medio de no pocas adversidades hasta encontrarse  con su "esposo". 
Con el paso del tiempo, la primitiva comunidad cristiana perseguida de los primeros cuatro siglos, avanza hacia una institucionalización que la  sumerge en elementos del mundo, convirtiéndose ya no en una Iglesia perseguida por la historia, sino en la protagonista de la construcción de una sociedad justa, acorde a los valores del reino. Acudimos entonces a un ensombrecimiento del ideal escatológico, y la balanza se inclina más al espíritu legislador y moral. 
La Edad Media atiende a una sistematización gradual de la visión escatológica de la  vida cristiana, que con poca fuerza asienta las bases de una teología barroca producto del concilio de Trento, que no logra volver al sentido escatológico de las primeras comunidades cristianas. Es precisamente este empuje el que alcanza a la recién descubierta América e intenta configurar en la base de la fe del nuevo mundo, una experiencia del reino de Dios presente en las personas y en las culturas. Sin embargo en la colonia americana el ímpetu escatológico se ve reducido más al estudio de las postrimerías (novísimos) y no abarca el sentido de la historia como tal. Es hasta la teología contemporánea donde se percibe un resurgir de la historia como proceso hacia el "esjaton" con dos corrientes bien definidas, por un lado grandes teólogos como Hans Urs Von Balthasar, Joseph Ratzinger y Henri de Lubac; quienes cuestionan profundamente la modernidad. Y por otra parte Karl Rahner, quien hace un serio esfuerzo por hacer comprensible el cristianismo a la modernidad. Estos dos polos logran un equilibrio de la escatología desde el espíritu de la historia y el estudio de sus temas particulares, dejando abierto el siguiente paso que consistiría, para el autor, en el redescubrimiento de la sensibilidad de los primeros cristianos que toman como punto de partida de la escatología la resurrección de Jesucristo, leyendo de esta forma la realidad y el futuro que pertenece a Dios. 
La escatología tradicional que se basa en el estudio de las postrimerías alcanza una comprensión más amplia cuando se encuentra inmersa en el sentido de la historia y de la Iglesia que peregrina hacia su razón de ser, Cristo, el “esjaton”, quien la mantiene en tensión hasta alcanzar el objetivo para la cual fue creada: la felicidad junto a Dios y junto a los demás.
El autor hace un esfuerzo magistral al identificar las diferentes etapas de la reflexión de esta dimensión de la teología, las citas y los autores mencionados son básicos para comprender este punto de vista. Un elemento que merece ser mencionado radica en el hecho de la contextualización del pensamiento escatológico en Latinoamérica, asignatura pendiente en las aulas de enseñanza de la teología en nuestros seminarios, donde el énfasis se da mayormente a los estudios clásicos y pensadores europeos. Me pareció vital conocer el influjo que la forma de concebir la escatología o el sentido de la historia, pesa en las decisiones y la configuración de nuestros pueblos, profundamente católicos,  que peregrinan hacia el diseño social y sentido adecuado de su historia.

Otro detalle ante el análisis crítico del libro consiste en la aparente falta de profundización en los temas particulares de escatología (novísimos) donde el autor solo presenta la relación de su tesis desde la tensión entre historia y pensamiento escatológico, dejando por un lado y hasta cierto punto afuera, la rica reflexión del pensamiento que mantiene en los distintos apartados de su obra.

martes, 10 de septiembre de 2013

INVITACIÓN A LA UTOPÍA. ESTUDIO HISTÓRICO PARA TIEMPOS DE CRISIS. DE JUAN JOSÉ TAMAYO (Recensión)



Por: Tito Escalante.

Tamayo, Juan José, Invitación a la Utopía. Estudio histórico para tiempos de crisis.
Editorial Trotta, Madrid, 2012.
304 páginas.
ISBN: 9788498793123.

Juan José Tamayo (Amusco, Palencia, 1946) es doctor en Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca y doctor en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid. Dirige la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones “Ignacio Ellacuría” en la Universidad Carlos III de Madrid, es profesor de la Cátedra Tres Religiones en la Universidad de Valencia y profesor invitado en numerosas universidades nacionales e internacionales. Es, asimismo, secretario general de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII, miembro del Comité Internacional del Foro Mundial de Teología y Liberación, de la Junta Directiva de la Asociación para el Diálogo Interreligioso en Madrid (ADIM) y del Patronato de la Fundación Siglo Futuro. Dirige cursos especializados de teología y ciencias de las religiones, y colabora en revistas latinoamericanas y europeas y en obras colectivas con estudios e investigaciones sobre ciencias de las religiones, teología de las religiones y teología de la liberación, disciplinas las dos últimas de las que es uno de sus más reconocidos especialistas mundiales. Con el presente libro se completa su trilogía sobre la utopía, cuyas dos entregas anteriores son: Religión, razón y esperanza. El pensamiento de Ernst Bloch (1992), su tesis doctoral en filosofía bajo la dirección del profesor Carlos Parías, y Para comprender la escatología cristiana (2008).

Viaje in terram utopicam es el título del primer capítulo de libro Invitación a la utopía de Juan José Tamayo. En este capítulo realiza una descripción del concepto utopía y de su desarrollo histórico. Se considera de mucho valor la etimología de la palabra «utopía», pues existen discrepancias en cuanto al origen del término, generalmente se proponen dos opciones: outopos y eutopos. Las dos opciones aportan positivamente a la construcción de un concepto útil en el contexto que Tamayo propone. Outopos como lugar no existente pero deseable y eutopos como el buen lugar al que todos aspiramos.
Tamayo realiza una reflexión sobre la utopía partiendo de la antigüedad griega. Presenta a Homero con La Odisea en el episodio de los feacios,  lo que ha sido considerado por los críticos literarios como “la primera utopía de nuestra tradición literaria y cultural”. Dentro de este contexto encontramos la utopía de Platón a quien se le considera el «padre del pensamiento utópico». Durante la Edad Media hubo cantidad importante de propuestas utópicas, que van desde Ireneo de Lyon con su interpretación literal del Apocalipsis y su milenarismo. Agustín de Hipona se opone a la interpretación milenarista literal, a la que define en la Ciudad de Dios como «fábulas ridículas» y extiende el milenio al tiempo de la iglesia. El tiempo que transcurre desde la primera venida hasta la segunda es el auténtico milenio, es decir, el reino «que es en la tierra la iglesia». Además de tan connotados teólogos medievales, no podemos dejar a Joaquín de Fiore, Francisco de Asís y Pedro Valdo, a quienes Bounaiuti presenta como los impulsores de la primera reforma eclesial. Pedro Valdo, ni pertenecía a la clerecía ni al monacato, era un acaudalado comerciante que repartió su fortuna entre los pobres y que hizo suyo el lema de Francisco de Asís: «Seguir desnudo a Cristo desnudo». Francisco opta por la pobreza absoluta inspirada en el Evangelio. Al orgullo, la avaricia y el espíritu mundano de los eclesiásticos responde con el testimonio de la humildad y el ejemplo de la caridad. Francisco propuso la no-violencia activa. Algunas de estas propuestas utópicas fueron vistas con sospecha por la Iglesia, pero recibidas con entusiasmo por las comunidades que eran beneficiadas por estos sueños de cambio. Se conoce de importantes movimientos utópicos que ejercieron su influencia en la sociedad tales como los Espirituales y los moderados surgidos del pensamiento franciscano en el paso del siglo XIII al XIV. El horizonte ideológico en el que se movían era la teología de la historia de Joaquín de Fiore y su impaciencia por el advenimiento de la tercera era, que comportaría la realización de la utopía de una iglesia y una sociedad igualitaria.
El sentido de insatisfacción que estaba presente y el deseo de un mundo mejor movió a Tomas Müntzer con su utopía quiliástica. No podemos hablar de utopías sin reconocer a Tomás Moro, creador según muchos del concepto con su libro Libellus vere aureus nec minus salutaris quam festivus de optimo reipublicae statu deque nova insula Utopía. Se atribuye a Tomás Moro la creación de la palabra utopía,  neologismo de origen griego cuyo significado es no-lugar. La obra se tradujo al inglés en 1551 y el término utopía hizo fortuna. La idea de Moro es que utopía es «País de ninguna parte» por considerar poco probable que un Estado tan perfecto pudiera existir alguna vez en algún lugar. Sin olvidar al dominico Tommaso Campanella con su propuesta de La Ciudad del Sol.
La utopía encuentra su fundamento en la inconformidad y la insatisfacción; el utopista no es un soñador empedernido, que ha caído presa del pensamiento fantasioso. Sino que es un soñador despierto, que se resiste a aceptar la realidad de manera pasiva,  que está dispuesto a despertar las conciencias adormecidas por la costumbre, la ideología y el espiritualismo. La utopía de un mundo mejor le guía a tener esperanza. Le  impulsa a cree en un mundo donde las mujeres serán tratadas con respeto y valoradas como seres humanos. Es ese no-lugar lo que inspira al pensador utópico, determinado por contribuir a la existencia de ese lugar inexistente
Los cambios sociales han estado presentes en los últimos siglos, hubo un interesante despertar a la posibilidad de un mundo mejor. La no aceptación del status quo, la resistencia activa y el deseo de transformación, se apoderó de la mente y la voluntad de la clase obrera. Parecía ser que la humanidad se estaba acercando al mundo utópico con el que siempre había soñado. Es importante reconocer la significativa cuota de mártires que fueron sacrificados en la construcción de una sociedad más justa.
Sin embargo, parece ser que todavía no se materializa la gran utopía de la humanidad, con la llegada del Siglo XX las cosas en realidad no mejoraron, nos enfrentamos a dos guerras mundiales,  la polarización del mundo y al empoderamiento del capitalismo lo que ha tenido efectos devastadores en la ecología,  acrecentando más la brecha entre los que lo tienen todo y los que no tienen nada, el trato inhumano de la clase trabajadora y la desintegración de la familia como producto de la sociedad de consumo.
Tamayo hace un planteamiento que adquiere gran valor y es la propuesta del reino de Dios como la gran utopía. Mientras los seres humanos realizaron importantes esfuerzos por regresar al orden el caos social producto del egoísmo, es necesario asumir los límites que estos esfuerzos han tenido. La humanidad ha avanzado, pero no lo suficiente. Todavía hay cosas que están mal. En este tema Isaías nos proporciona interesantes imágenes utópicas un ejemplo es el siguiente: «Miren, yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva. Lo pasado quedará olvidado, nadie se volverá a acordar de ello» (Isaías 65:17); para Isaías esta nueva creación se realiza con la llegada del Mesías. Jesús de Nazaret es la  materialización del reino de Dios, su vida, enseñanza y ministerio, le permite a la humanidad recuperar la esperanza de una vida plena. La vida y mensaje de Jesús de Nazaret se caracteriza por su interés en la libertad, la justicia, el amor y el buen vivir. Es la búsqueda de la libertad que rompe las cadenas de opresión manifestadas a través de las enfermedades, el hambre, la marginación y la exclusión social. Jesús en Lucas 4:18-21 encarna la misión libertadora que como Mesías debía asumir. Y termina la lectura afirmando: «Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros».
El trabajo de Juan José Tamayo, con su recorrido histórico a través de la evolución y desarrollo de las distintas utopías, es de sumo valor en tiempos en el que las personas están perdiendo los deseos de vivir y  el fatalismo se ha apoderado de las mentes, donde el pesimismo en relación al porvenir ha discapacitado a las personas, hundiéndoles en un terrible nihilismo. Vivimos en tiempos de crisis y necesitamos con urgencia recuperar la capacidad de creer en un mundo mejor. Es un llamado a la comunidad cristiana para ir más allá del discurso y continuar trabajando por la transformación de este mundo a través de la promoción y práctica de los valores del reino de Dios.  
El aporte que este libro y el pensamiento de Juan José Tamayo ofrece a la teología  es innovador y puede resultar incómodo para algunos, que prisioneros de sus ideas, elevan sus defensas y trabajan por desautorizar la voz de este utopista del siglo XXI. Sin embargo, no se puede negar la influencia que está experimentando en diversos círculos de reflexión teológica, tanto en el mundo católico como evangélico en América Latina.

viernes, 6 de septiembre de 2013

AL SERVICIO DE LA FE. LA MISIÓN DE LA IGLESIA EN TIEMPOS DE CRISIS, Un libro de Felicísimo Martínez Diez (Recensión)



Por: Paz Maricely Navas Herrera

Martínez Díez  Felicísimo, Al servicio de la Fe. La misión de la Iglesia en tiempos de crisis.
San Pablo, Madrid 2012.
408 páginas.
ISBN: 9788428540650.


Felicísimo Martínez Díez es sacerdote dominico, licenciado en filosofía y letras por la Universidad Complutense de Madrid y doctor en teología por la Universidad de Santo Tomás de Roma.  Es profesor en el Instituto Superior de Pastoral de Madrid.

En su obra Al servicio de la fe, con subtítulo La misión de la Iglesia en tiempos de crisis, el autor presenta una colección de ensayos de teología práctica, relacionados con la misión eclesial en un mundo en crisis, con el que la Iglesia está llamada a dialogar y a servir.

Los ensayos están agrupados en tres partes perfectamente relacionadas, a saber: los que se refieren a las alarmas actuales que suenan más fuertemente en la Iglesia, a los desafíos pastorales más urgentes para construir  una Iglesia más participativa en la profesión de fe, en la celebración de la fe y en la práctica de la fe; los que se  refieren al ministerio de la verdad como compromiso fundamental de la misión eclesial, y, por último, los que  tratan del amplio campo de la evangelización, tarea prioritaria de la misión eclesial. 

El autor ofrece once ensayos a los que les nombra capítulos. En el primero: alarmas y oportunidades en la Iglesia actual, desarrolla elementos que considera alarmantes, y por tanto mira con urgencia el prestar verdadera atención al problema del debilitamiento de la fe, los problemas del lenguaje en la Iglesia, el tema del ecumenismo, el divorcio con el modernismo, y sobre todo la alarma de los pobres, con presencia siempre activa, que merece ser escuchada.

En el capítulo dos: Caminos hacia una Iglesia más participativa, se afirma la necesidad de una metodología de participación eclesial señalando las acciones y los compromisos más urgentes para construirla, yendo a lo más original de la comunidad como es la praxis de la iniciación cristiana hasta llegar a considerar las condiciones institucionales para una Iglesia más participativa, donde cada sujeto tenga su espacio de acción, y en el caso de los pobres, se les devuelva su condición  de sujetos preferentes.

En los capítulos tres, cuatro y cinco, sobre la experiencia cristiana y las acciones eclesiales, la necesidad de una pastoral renovadora, se enfatiza la necesidad de ir a lo esencial en la vida y la misión de la Iglesia, teniendo como objetivo principal el crecimiento de sus miembros y de las comunidades en la fe. 
Entre los desafíos, da importancia al problema del lenguaje religioso que sin ser un desafío sustancial, es un presupuesto para que la pastoral pueda cultivar  lo sustancial de la experiencia cristiana, y recuperar el verdadero significado del lenguaje religioso.
Tres capítulos relacionados con la importancia  de la verdad como ministerio, y como magisterio siempre actual, para enlazar con el capítulo siete y siguientes con el tema de la evangelización, tarea primordial de la Iglesia.  En estos últimos capítulos el planteamiento va en torno a las acciones pastorales a emprender y la identificación de los lugares teológicos necesarios a tomar en cuenta para una reflexión buscadora de la verdad. 
Los últimos tres capítulos, plantean las dificultades con las que el cristianismo se ha enfrentado, y reflexiona sobre las formas evangélicas de presencia y actuación para la Iglesia y la sociedad hoy.
Considero positivo el método de la recopilación de temáticas que hace el autor, fruto de una serie de ponencias previas.  La articulación de las ideas es bastante evidente, son todos temas relacionados con la misión de la Iglesia; las ideas son articuladas siguiendo un esquema muy práctico: planteamiento del problema, un análisis crítico y el aporte que la Iglesia está llamada a dar como respuesta a las demandas. Pero considero que carece de referencias bibliográficas suficientes y específicas, porque es bastante general.  Abunda en ideas repetidas, quizá porque se trate de ensayos separados, en cuestionamientos y respuestas.
Sin embargo es un libro que sintetiza muchas temáticas de interés eclesial y pastoral, y aunque algunas ideas son repetitivas, son necesarias, y a veces hasta pedagógicas.   Es un libro que puede interesar mucho en la reflexión pastoral y en la sistematización práctica de la pastoral, por los interesantes aportes sobre la evangelización hoy.
Es un libro que lleva a una autoevaluación de lo realizado como Iglesia.  Los planteamientos de las distintas problemáticas con las que se enfrenta la Iglesia hoy deben tener una respuesta, y para una Iglesia fundada en el Evangelio de Jesucristo, sólo se puede dar respuesta desde la  categoría de la fe, siempre actual e indispensable para que la comunidad  siga teniendo credibilidad, porque en definitiva la acción eclesial más eficaz es el testimonio de vida, por eso la respuesta a estos desafíos sólo es posible desde una experiencia cristiana de fe, emprendiendo caminos de participación,  acciones eclesiales que permitan la renovación de la vida y la misión de la Iglesia.

A modo de sugerencia, estos textos ubican al lector en la realidad eclesial, los desafíos y los métodos a emplear para ofrecer respuestas acertadas.

1. Sobre “las alarmas y oportunidades en la Iglesia” necesarias porque nos permiten despertar y hacer un ejercicio de autocrítica, de análisis en profundidad de la situación actual de la misma Iglesia, y así identificar los campos de acción prioritarios para una conversión de la Iglesia al Evangelio y para una plena realización de la misión eclesial (Pág. 14-38).

2. “Pensar el cristianismo y su aporte y significación en la sociedad y la cultura actual”; “la evangelización y la misión de la Iglesia”, …se recuerda la importancia de aceptar que la evangelización también consiste en descubrir el Evangelio ya hecho, ya practicado, ya presente y operativo en el mundo, incluso más allá de las fronteras confesionales de la Iglesia. (Cap. IX: ¿Qué es evangelizar hoy?  Pág. 246-287).

martes, 27 de agosto de 2013

La Iglesia de Jesús. Proceso histórico de la conciencia eclesial, de Rufino Velasco (Recensión)



Por: José Echeverría.

Rufino VELASCO, La Iglesia de Jesús. Proceso histórico de la conciencia eclesial,
Editorial Verbo Divino, Estella (Navarra) 1992.
443 páginas.
ISBN: 8471517825.


1- partiendo de las experiencias fundantes que dieron origen a la Iglesia, presenta su eclesiología bíblica exponiendo las diversas tradiciones dentro del Nuevo Testamento.
En sus dos vertientes principales: la tradición paulina (incluyendo Lucas/Hechos) contrastándola con la tradición del discípulo amado.
Es cosa ya suficientemente probada que de lo ocurrido con Jesús nacieron tradiciones muy diferenciadas, que entraron en serios conflictos unas con otras. Esto se debía a diversas formas de sentirse y de comprenderse como Iglesia. Estas tradiciones integran lo que sigue siendo normativo en toda reflexión sobre la Iglesia. Pero esa normativa no agota la realización ni la comprensión de la Iglesia. Lo cierto es que la Iglesia sigue siendo «creación» del Espíritu al interior de la historia. Y esa historia sigue siendo constructora de Iglesia a unos niveles de profundidad en los que emerge la conciencia del carácter histórico de la Iglesia y la historicidad constitutiva de toda Teología. El Espíritu conduce a la Iglesia por innovadores y creativos caminos, desde dentro de la historia, hacia la verdad y hacia su realización completa. Pero una cosa es la conducción del Espíritu y otra la fidelidad o infidelidad de la Iglesia a la intención del Espíritu en cada época histórica.
Es necesario tomarse absolutamente en serio la condición histórica de la Iglesia, y  la historicidad esencial de toda eclesiología si se quiere que sus categorías sirvan para avanzar, no para detenerse o retroceder, en la comprensión de la teología.
La palabra proceso debe entenderse también en su otro significado de procesar, someter a proceso histórico abusos y distorsiones eclesiológicas sustanciales por una persistente deshistorización de la Iglesia, e identificación de la Iglesia como tal con sus concretas configuraciones históricas (pág 8).
2- Exposición y crítica de la realización histórica de la Iglesia: (pág 91).
Se han dado cambios históricos decisivos (paradigmas) que han marcado un nuevo rumbo desde situaciones históricas cambiantes: el acontecimiento Jesucristo, su experiencia pascual, el anuncio apostólico como evangelización del Reino; el rechazo y ruptura con el Judaísmo; encuentro y ósmosis con la cultura Helénica; la persecución del imperio; la conversión de Constantino y el cristianismo como la religión oficial del imperio; la invasión de los Bárbaros. A comienzos del segundo milenio la cristiandad está ya perfectamente establecida, nos encontramos con la Iglesia en poder de los laicos, soberanos temporales; época del imperio carolingio (año 774), y el sacro imperio romano-germánico (siglo XI y XII que es la primera edad media).
La Reforma Gregoriana (año 1075); el principio protestante, la respuesta de un proyecto de contra reforma; el concilio de Trento y el Vaticano I. Son expresión de  la Iglesia a la defensiva frente al mundo moderno (pág. 187).
Estos paradigmas históricos fueron abordados e interpretados primero por la Patrística (casi todo el primer milenio, con predominio de una teología de comunión y participación). Luego  por la reflexión teológica que llamamos teología «escolástica» que es un formidable ejercicio de penetración teológica en los artículos de la fe (pág 189).
Desde esa especie de Medioevo continuado que pretende ser la Iglesia tridentina, una era de juridicismo, una ortodoxia, no sólo de la fe sino de la teología, queda fijada por una especie de canonización del sistema conceptual y verbal heredado de la escolástica que, desde entonces hasta nuestros días, ha hecho cuerpo con el catolicismo.
3- Concilio Vaticano II, nuevo paradigma de comprensión (pág. 232).
Un cambio histórico de gran envergadura se ha iniciado, con el concilio Vaticano II. Centrado en el tema de la Iglesia en su ser comunión de comunidades y en su quehacer pastoral de evangelizar; están todavía por desplegarse sus virtualidades más importantes. Inmersos aún en este gran acontecimiento eclesial, nuestro desafío fundamental sigue siendo la fidelidad al cambio histórico expresamente pretendido por la inspiración de fondo del Vaticano II y que este punto debe ser considerado como uno del que depende el ser o  no ser de la Iglesia en el futuro. Es vital que la teología comprenda el alcance histórico de este concilio, que tenga en cuenta la posibilidad de que este concilio pretendiera un cambio histórico en la comprensión de la fe cristiana y en la comprensión de la Iglesia del tercer milenio.
Los teólogos deben seguir afirmando que a cincuenta años de distancia, es cada vez más claro que este cambio de época es la causa y la finalidad del Vaticano II. Reafirmar, por tanto, que el cambio histórico pretendido por el Vaticano II es tocar un punto clave que afecta profundamente a la manera de entenderlo, y que debe servir de criterio para juzgar la fidelidad o infidelidad al concilio de las diversas interpretaciones de la teología actual. Esto no significa partir de cero, sino recuperar niveles más profundos de la tradición.
Pensar que el concilio quedó ya superado significaría dejar de lado la cuestión de fondo, que sigue siendo una cuestión pendiente: un nuevo modelo de comprensión, su concentración en el tema de la Iglesia como lugar central. Fruto de esta opción han sido dos documentos de capital importancia: la Lumen Gentium y la Gaudium et Spes. Lo cual implica que el cambio histórico desencadenado por el concilio comporta, ante todo, un «giro copernicano» en su manera de relacionarse con el mundo en perspectiva de una reflexión sobre el condicionamiento histórico del cristianismo y sobre la gran importancia de estar atentos a los signos de los tiempos, de distinguir entre la sustancia de los dogmas y su formulación histórica o sea una comprensión de la historia como «lugar teológico», no en el sentido tradicional de encontrar en ella lo que ya se sabe por la revelación cristiana, sino en el sentido estricto de elemento intrínseco en la constitución de la revelación y en la constitución de la Iglesia, ya que éstas son realidades acaecidas y constituidas dentro de la historia y a través de concretos acontecimientos históricos (pág. 235).
Se trata, en resumidas cuentas, de superar una etapa de profunda deshistorización de la fe y de la Iglesia, y de toda reflexión teológica. Hay que replantearse la versión histórica que hay que dar a la fe y a la Iglesia, desde dentro de la historia, para la consumación teológica del proceso histórico según el evangelio. Se trata de pasar de una «forma histórica» de fe, a otra «forma histórica» distinta, nueva, tal como lo exige la condición de una Iglesia semper reformanda.
Valoración Crítica: La teología actual no debe reducir el concilio a la nada, ni relegarlo a la inoperancia como un hecho del pasado prácticamente irrelevante. Paradójicamente, parecería que el Vaticano II hubiera suscitado una oposición aguerrida, sin encontrar, en cambio defensores convencidos. El Vaticano II no es sólo un acontecimiento que tuvo lugar en el pasado, sino que está aconteciendo todavía, y nuestra vida creyente actual, y la vida de la Iglesia actual, transcurren bajo ese acontecimiento. No es nada fácil estar a la altura del cambio histórico desencadenado por el concilio, y ese cambio se realiza necesariamente a través de un proceso que no tiene por qué ser lineal y uniforme. Así ha ocurrido con todos los grandes concilios en la historia. Han abierto un camino capaz de imprimir una forma nueva al cristianismo pero a través de altibajos, de avances y retrocesos. Pero la época histórica que trató de cerrar el Vaticano II está definitivamente cerrada y la época nueva que quiso abrir sigue ahí abierta y más desafiante. En ese sentido puede decirse que lo más importante implicado en la teología conciliar está todavía en el futuro.
No se trata sólo de entender y profundizar los documentos conciliares, se trata también de proseguir el concilio, de hacerle avanzar. No se puede ser fiel al concilio sino yendo más allá que él en innovación y en creatividad permanentes. En definitiva, el Vaticano II fue un acontecimiento del Espíritu, de ese Espíritu que sigue siendo «creador» de su Iglesia. Hay que afirmar con toda energía, que «pueblo de Dios» es el concepto base y punto de partida de la constitución Lumen Gemtium y reconocer en esta orientación una de las mayores originalidades del concilio; ya que presenta una visión dinámica y evolutiva de la historia, flexibilizando esquemas rígidos, intemporales, que no tienen en cuenta los condicionamientos históricos. La categoría «pueblo de Dios» centra la tarea de la Iglesia en el esfuerzo por la liberación y la dignidad de los hombres poniendo en primer plano nuestra condición común de creyentes. «Pueblo de Dios» designa esa realidad englobante de la Iglesia, previa a toda diferenciación, que remite a lo básico y común de nuestra condición eclesial: nuestra simple condición de creyentes como la realidad primaria y fundamental desde la que hemos sido «constituidos en pueblo». Es obvio que lo primero es la comunidad de todos los creyentes, previa a las distintas funciones, servicios o ministerios. Y, por supuesto, que esto implica una igualdad fundamental de todos en cuanto a la dignidad y a la acción común de todos los creyentes (LG 32). No es nada fácil concordar «verdadera igualdad» con jerarquía y, estando las cosas como están, el peligro es que esa igualdad no supere jamás la mera retórica (pág. 265).
También esto exige un proceso histórico; es cuestión de nueva conciencia eclesial que debe irse creando, y es cuestión de prosecución de que en la Iglesia de Jesús la única realidad decisiva es nuestra comunión en la caridad, que no es un carisma, que es más que todos los carismas juntos, porque es el ámbito concreto en que acontecen la fe, la gracia y la salvación.
En la Gaudium et spes por primera vez en la historia, la Iglesia pone como base de un documento solemne un análisis de la situación histórica. Lo que emerge es la conciencia de que la fe es una configuración histórica particular que nos obliga a leer en la historia misma la llamada de Dios. El Vaticano II es hijo de su tiempo, como lo fueron todos los concilios. Y desde sus condicionamientos históricos, ha sido todavía un concilio eurocéntrico que habla desde el Primer mundo. Sin duda que posee un valor duradero y permanente con principios sólidos que fundamentan una nueva praxis de la Iglesia en relación con el mundo. Es la Iglesia que toma conciencia de formar parte de la historia humana como pueblo de Dios; es hablar de convergencia previa en una sola humana realidad; es prestar atención al tema de los «signos de los tiempos» como reflexión sobre el condicionamiento histórico del cristianismo que los interpreta a la luz del evangelio (GS 4). Es la capacidad de unir la verdad evangélica a las exigencias de la historia.
La teología debe hacer un esfuerzo por reafirmar el solemne magisterio del Vaticano II, que después de tanto tiempo de inmovilidad y ausentismo, volvió a poner la Iglesia al servicio del hombre. La difusión del concilio no ha ido demasiado lejos, antes por el contrario, se ha quedado truncada a medio camino.
El mismo Espíritu que asistió al concilio para que dijera la verdad, lo asistió también para que la dijera claramente, y que la fidelidad a ese Espíritu no permite decir lo contrario so pretexto de explicarlo mejor. El camino como tal sigue abierto, la Iglesia misma es una realidad abierta, sometida a una sacudida histórica. El Vaticano II ha sido la inauguración solemne de una nueva etapa histórica para la Iglesia, y es necesario proseguir sin reservas el cambio iniciado por él, cambio que está en su primera fase con un primer período más positivo (con Pablo VI). La Iglesia católica es hoy una Iglesia del tercer mundo con orígenes históricos en el occidente europeo. ¿Qué figura histórica debe adoptar en estas nuevas condiciones del momento presente? Sólo el Espíritu de Cristo Jesús, creador e innovador permanente de su Iglesia lo enseñará.
La que estamos presentando, es una obra sólidamente documentada con citas de los más reconocidos teólogos y exegetas del siglo XX; además de incluir textos originales de bulas y encíclicas del magisterio. Su lenguaje es claro, ameno, regresando siempre a las mismas ideas de fondo, para insistir en mayor profundidad. Presenta la verdad objetiva sin matices ni paliativos.  No será agradable al gusto de quienes tengan una visión demasiado jerárquica y centralizada de la Iglesia Católica. Sí es una buena nueva de esperanza para quienes busquen sentido comunitario, apertura y participación en la construcción del Reino. Es una advertencia a no olvidar lo ocurrido en la historia de la Iglesia, y una voz de alarma como un llamado a la fidelidad al concilio Vaticano II, al Espíritu que lo impulsó;  y a Jesucristo, su persona, su palabra, su entrega y al movimiento de reforma espiritual profético suscitado por su resurrección.

Es bueno creer en Jesús, de José Antonio Pagola (Recensión)



Por: Roque Marcelino Regalado



PAGOLA ELORZA,  José Antonio, Es bueno creer en Jesús, Editorial San Pablo,  Madrid, 2012,  264 páginas.
ISBN: 9788428540827

José Antonio Pagola (Añorga, Guipúzcoa, 1937) es un sacerdote español, licenciado en teología por la Universidad Gregoriana de Roma (1962), Licenciado en Sagrada Escritura por Instituto Bíblico de Roma (1965), Diplomado en Ciencias Bíblicas por la Escuela Bíblica de Jerusalén (1966). Es conocido por haber sido el vicario general del obispo de San Sebastián José María Setién. Su último libro, Jesús, aproximación histórica, ha sido criticado fuertemente y finalmente ha sido aceptado por la Congregación para Doctrina de la Fe como libre de errores doctrinales.
Su reciente libro se titula Es bueno creer en Jesús. Es una edición revisada y aumentada de su libro Es bueno creer: para una teología de la esperanza, publicado en 1997. José Pagola ha considerado que los argumentos expuestos en su libro siguen siendo actuales, por esta razón toma la decisión de reeditarlo con la incorporación de nuevos temas (pág. 5).
El libro está dirigido a una sociedad que anhela alcanzar la felicidad y lo único que ha encontrado es soledad en la opulencia; José Pagola invita a sus lectores a creer de nuevo en Jesús como la única alternativa para encontrar la verdadera felicidad, aun en medio del sufrimiento. Ante todo porque este creer en Jesús nos da la esperanza que nos impulsa al futuro con un horizonte claro que es la resurrección como verdadera realización del ser humano.
Inicia su reflexión con las bienaventuranzas, entendidas como texto programático del movimiento cristiano (Mateo 5, 1-12). En ellas encuentra el mensaje de Jesús sobre la felicidad, que es plenitud de vida, un estado de bienestar, de verdad, de paz, que nace del reinado de Dios en los corazones de quienes viven en esa plenitud, a pesar de la insatisfacción de los deseos inmediatos (pág. 26). Esta felicidad —anunciada— opera una transformación que libera a las personas del egoísmo y desenmascara las felicidades pasajeras que da el placer desordenado, el bienestar materialista o las relaciones personales tendientes a esclavizar.
Sin embargo, esta felicidad que brota de las bienaventuranzas no evade la realidad del sufrimiento, porque en su mismo enunciado son precisamente los que sufren quienes encuentran esa felicidad. El autor advierte que la suya no es una actitud masoquista ante el sufrimiento, sino, profundizar en las causas por las que se acarrea ese sufrimiento a la vida. Así, Pagola, introduce la experiencia de Jesús como el que sufre por suprimir el mal, por tanto la felicidad del hombre está en llevar con fidelidad su cruz por la causa del reino en el seguimiento de Cristo, son bienaventurados (felices) los que sufren por hacer el bien, por luchar hasta alcanzar la justicia, por mantener limpio su corazón, libre de la maldad, etc. (pág. 61-74).
Para que este sufrimiento que nos trae la búsqueda de la felicidad no nos inunde en la decepción de los fracasos y la ansiedad de la inmediatez, es importante la virtud de la esperanza cristiana, que no es una esperanza ingenua, sino enrizada en Cristo. La esperanza del cristiano ante la cruz está fijada en la resurrección como última palabra del Dios de Jesús. Nuestra sociedad necesita conocer la esperanza ya que ante un mundo en crisis las personas buscan salidas falsas, evadiendo la realidad. Esta actitud irresponsable le lleva a crear rasgos hedonistas, pasivos, ligth sin metas ni referencia, individualistas e insolidarios, etc. La esperanza cristiana puede darle sentido, de nuevo, a la persona en la resurrección de Cristo (págs. 95-100). Para Pagola la resurrección de Cristo es la última palabra de Dios, Él está del lado de los crucificados, y anuncia una posibilidad que no está totalmente dentro de nuestro mundo. La resurrección es el fin último de los bienaventurados.
La fe en Jesús tiene como horizonte la salvación, entendida como salud integral de la persona, con el fin de reorientar la vida de una insana actitud psíquico espiritual, que lleva a la degradación total reflejada en la enfermedad física, a un estado de “bien ser” que ayude a confiar en el último fin del hombre que es la vida.
A mi parecer, una de las carencias del texto es que el autor deja a un lado el papel de la comunidad querida por Jesús que lleve a plenitud el proyecto de felicidad que el Padre quiere para todos sus hijos en su Hijo.  El texto hace una invitación a creer personalmente en Jesús, y ese creer me llevará a la felicidad haciendo la lucha por el reino. Sin embargo, el cristiano es también invitado a vivir esa felicidad junto a hermanos y hermanas que creen con él, que unidos por una misma fe y esperanza pueden transformar y liberar la realidad de toda desesperanza en el ámbito político, social, económico, que nos ha llevado a esta sociedad nihilista.
 Es bueno creer en Jesús, es una excelente libro que puede ayudar a aquellas personas que han decaído en su fe o que en estos instantes afrontan el sufrimiento de la contrariedad, la enfermedad o la ancianidad. Es también un texto que puede servir a los jóvenes a comprender y afrontar mejor la vida en sus etapas difíciles. Es un replanteamiento de la evangelización como buena noticia en este mundo desesperanzado.
Citas del Texto:
“El ser humano crece en la fragilidad biológica, psíquica y moral, en un mundo creado por Dios, que actualmente está en devenir, orientado e impulsado por ese mismo Dios hacia la plenitud” (Pág. 51).
“Imposible solidarizarse con los que sufren y buscan su dicha y liberación, sin sufrir la reacción de los poderosos” (Pág. 64)
“El Dios cristiano no es el Dios todopoderoso que nos arranca fuera de la historia y nos transporta, como por arte de magia, a la vida eterna. Es «el Dios de la esperanza» en el que confiamos desde la crucifixión. El camino real hacia la resurrección es la cruz” (Pág. 112).

viernes, 23 de agosto de 2013

La infancia de Jesús de Joseph RATZINGER (Recensión)



Por: Miguel Alfonso Muñoz Reyna

RATZINGER, Joseph, La infancia de Jesús,
Editorial Planeta, 2012/ www.planetalibros.com
1ª edición en libro electrónico
82 páginas.
ISBN 9788408039433


Joseph Ratzinger nació en 1927, sacerdote y teólogo alemán fue consultor durante el Concilio Vaticano II (1963-1965), cardenal Arzobispo de Múnich desde 1977 y Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe durante el pontificado de Juan Pablo II (1982 – 2005). Electo Obispo de Roma en 2005 tomó el nombre de Benedicto XVI hasta febrero del año 2013 en que renunció y se convirtió en Papa emérito. Actualmente reside en el monasterio vaticano Mater Ecclesiae. Las publicaciones de Joseph Ratzinger alcanzan los 600 títulos, algunos de sus estudios no han sido publicados abiertamente, sino que ha sido dirigido para ciertos gremios, comisiones y documentos eclesiásticos. Iniciando en el año 2004 Ratzinger elaboró una interesante síntesis cristológica, misma que editada constituye una colección de 3 Tomos: Jesús de Nazaret - Desde el Bautismo hasta la Transfiguración, en abril del 2007. Jesús de Nazaret - Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, en el año 2011 y finalmente La Infancia de Jesús, en 2012 que es la publicación de la que nos ocuparemos.
Este libro esta articulado en cinco capítulos que recorren, de la mano de los evangelistas Mateo y Lucas, los acontecimientos de la infancia de Jesús revelados de manera diferente por ambos escritores sagrados de acuerdo a la tradición oral y documental de las primeras comunidades cristianas.
Las ideas fundamentales que el autor ofrece en su obra teológica son las siguientes:
1.  Jesucristo es una persona y un acontecimiento totalmente singular en la historia de la humanidad: A diferencia de otros grandes fundadores de religiones, Jesucristo es el cumplimiento de la promesa continuada de Dios a través de la Sagrada Escritura revelada al pueblo de Israel y a través de él, a la totalidad de la humanidad. En él y por él la revelación de Dios, creador del universo, alcanza la plenitud de los tiempos a la humanidad.
-       Anunciado en el Antiguo Testamento Jesús es, según la tradición judía, un profeta totalmente singular, mayor que Moisés, que anuncia el Reino de Dios y denuncia el pecado que a este se opone: «El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como yo de entre tus hermanos. A él le escucharéis» (Deuteronomio 18, 15). El mensaje totalmente novedoso de Jesús se ve confirmado por palabras y prodigios pues revela con autoridad lo que conoce, la intimidad de Dios Padre.
-       Si bien Dios se ha revelado de diversas maneras al pueblo de Israel, Jesucristo es la revelación definitiva de la presencia de Dios en la vida y en la historia de la humanidad, en Jesucristo y por Jesucristo el Padre es «Dios con nosotros», «el Enmanuel» definitivo, más allá de los signos del Antiguo Testamento (la nube, la columna de fuego, el arca de la alianza, el Templo) en Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, Dios hace su morada de manera permanente.
-       El Reino de Dios con sus características de vida en abundancia, triunfo sobre el pecado, respeto a la dignidad humana, nuevo estilo de relaciones sociales en Jesucristo no es una propuesta sociopolítica sino la concreción histórica de la «presencia de Dios» en medio de su pueblo. Toda la simbología del Antiguo Testamento llega a su cumplimiento definitivo. En Jesucristo, el Reino de Dios se hace historia e inaugura una nueva historia, es la verdadera y definitiva Buena Noticia para la humanidad.
2.  Los escritos sagrados del Nuevo Testamento nos revelan al Jesús histórico tal y como la primera comunidades cristianas lo conocieron y experimentaron y de la manera en que los escritores sagrados de esa primera comunidad nos lo han querido revelar. No estamos ante mitos religiosos ni ante simples construcciones literarias o teológicas sino ante la fe viva de los primeros cristianos.
A través del método histórico-exegético el autor sostiene que los estudiosos contemporáneos conocemos a Jesús en su contexto, en el contexto de las primeras comunidades cristianas, a partir de este conocimiento los estudiosos de teología buscaremos entender las enseñanzas de Jesús y su aplicación en el contexto actual. Sin embargo y pese a todos los esfuerzos exegéticos y teológicos, algunas revelaciones del Nuevo Testamento referentes a Jesús siguen siendo misterios sujetos de estudio:
-       «¿Cómo será eso si yo no conozco varón?» (Lucas 1, 34 - 35)
-       «El Enmanuel y la virgen que lo da a luz» es Dios con nosotros (Isaías 7, 14 y Mateo 1, 23).

3.  Los orígenes de Jesucristo revelados en los evangelios de Mateo y Lucas corroboran la acción de Dios en la historia de la humanidad y la singularidad de Jesús como Hijo de Dios: Los evangelistas Mateo y Lucas, "después de investigar y corroborarlo todo" nos revelan la fe de las primeras comunidades cristianas. No estamos ante literatos talentosos que dan forma cristiana a leyendas orientales sino a escritores que recogen la fe de una comunidad y la expresan como Sagrada Escritura, como catequesis estructurada a partir de la memoria de dicha comunidad sobre los hechos y dichos de la persona de Jesucristo (Lc 2, 50-51).
-       «Concebirás por obra del Espíritu Santo al Salvador de Israel y le pondrás por nombre Jesús» (Lc 1, 26 – 38; Mt 1, 21). La anunciación y la concepción virginal de Jesús constituyen una irrupción totalmente original de Dios en la historia de la humanidad superándose a sí mismo en la concepción de los profetas del Antiguo Testamento.
-       Frente a Octavio César Imperator (= vencedor, jefe del ejército), «Señor» (= domine) y «Salvador» (= soter) de la humanidad por la Pax Romana, los evangelistas anuncian el nacimiento de Jesús, el verdadero Salvador de la humanidad por el amor y la humildad, la pobreza y la debilidad, él es la verdadera manifestación de Dios en la historia humana, en su construcción digna y humanizadora.
-       Al cumplir con la tradición judía de la presentación en el Templo, Jesús es incorporado plenamente en la historia del pueblo de Dios. Así se cumplen las promesas de la Alianza. Con el testimonio de dos «justos» (Simeón y Ana) Jesús es consagrado a Dios desde sus primeros momentos de vida, él es el Salvador verdadero de Israel y de la humanidad (Lc 2, 29).
-       Con los magos de Oriente y la huida a Egipto entra en escena Herodes con su significado histórico y teológico, es la maldad llevada al extremo del asesinato, del genocidio, es el mal usurpando para sí la identidad de Mesías que antes hemos visto en Octavio «Augusto» (= el que merece adoración). Con la presencia de los Magos de Oriente y del fenómeno astronómico de la estrella (Mateo 2, 1 - 11) el evangelista confirma la naturaleza única de Jesús, el Hijo de Dios así como la estrategia divina de escapar y burlar la brutalidad homicida del rey Herodes.
-       Jesús, en pleno uso de su libertad se sitúa como «Hijo del Padre» en el Templo de Jerusalén, así como lo hará posteriormente frente a sus familiares de Nazaret. Los evangelistas nos colocan ante un acontecimiento confuso y revelador, Jesús se sabe «Hijo del Padre» de una manera novedosa y transformadora, eso le hace crecer según una fórmula tomada del primer libro de Samuel (1 Samuel 2, 26) «en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres». La nueva creación ha dado inicio.
En conclusión, la encarnación de Jesucristo, el Hijo de Dios vivo revelado por los evangelistas es motivo de alegría universal, es la Buena Noticia que se sitúa en la plenitud de los tiempos dándole sentido final a la historia de la salvación, es la presencia definitiva de Dios en medio de la humanidad «con signos y prodigios» que inaugura una nueva era de solidaridad, justicia y libertad para todo el género humano. La Palabra de Dios escuchada y puesta en práctica es fecunda en el vientre de María, «¡Alégrate, llena de gracia!» (Lc 1, 28).

1. Ratzinger asume el método histórico - exegético con un profundo respeto por la tradición eclesial y las narraciones evangélicas de Mateo y Lucas, diferentes y a la vez concurrentes. Lucas se centra en la persona de María y sus recuerdos, Mateo por el contrario aborda los relatos desde la perspectiva de José a quien no duda de calificar como «hombre justo» (Mateo 1, 19).
Ratzinger publica esta obra en calidad de teólogo, de estudioso de la teología y no como un escrito pontificio: «No necesito decir expresamente que este libro no es en modo alguno un acto magisterial, sino  únicamente  expresión  de  mi  búsqueda  personal  «del  rostro  del  Señor»  (cf.  Sal  27,  8).  Por  eso, cualquiera  es  libre  de  contradecirme.  Pido  sólo  a  los  lectores  y  lectoras  esa  benevolencia  inicial,  sin  la cual no hay comprensión posible». (J. Ratzinger, Jesús de Nazaret. Desde el Bautismo hasta la Transfiguración, Pág. 9).
2. Para estudiar el misterio de Jesucristo se han aplicado dos vías de comprensión: una ascendente desde la historicidad de Jesús hasta su exaltación como Hijo de Dios y otra descendente, desde la divinidad hacia la Encarnación y la humanidad de Jesús («El Verbo se hizo hombre», Jn 1, 14). Este es el caso de la obra de Joseph Ratzinger, utiliza el método histórico exegético en una vía descendente de comprensión.
3. Los acontecimientos de la infancia de Jesús son históricamente veraces, presentados en clave teológica desde la lectura y la comprensión del Antiguo Testamento, el autor plantea como interrogantes de investigación fundamentales las siguientes: ¿quién es Jesús?, ¿cuáles son sus orígenes?, ¿cómo la comprensión de los orígenes de Jesús se enlazan con su posterior anuncio del Reino, su Pasión, Muerte y Resurrección? y la interrogante más importante para los lectores ¿cómo repercute la comprensión de este misterio en la vida de los creyentes de nuestro tiempo y nuestra sociedad así como de las comunidades de fe en que vivimos?
Una lectura recomendada y espiritualmente enriquecedora para todos aquellos que deseen contemplar la infancia de Nuestro Señor Jesucristo.