Por: Julio Rafael Gutiérrez
IRARRÁZAVAL,
Diego, Indagación cristiana en los
márgenes. Un clamor latinoamericano,
Ediciones Universidad Alberto Hurtado,
Santiago 2013.
480 páginas.
ISBN
978-956-9320-36-1
Diego
Irarrázaval es presbítero de la Congregación de Santa Cruz. Colabora en varios
países de América Latina, tanto en parroquias como en centros de reflexión
teológica y en la revista Concilium.
Fue coordinador del Instituto de Estudios Aymaras en Perú, entre 1981 y 2004, y
de la Asociación Ecuménica de Teólogos del Tercer Mundo, entre 1997 y 2006.
Entre sus numerosas publicaciones podemos destacar: Teología en la fe del pueblo (San José, 1999), Un Jesús Jovial (Sao Paulo y Lima, 2003), Raíces de la Esperanza (Lima, 2004), Itinerarios en la Fe Andina (Cochabamba, 2013).
Indagación cristiana
es un libro extenso, de una gran riqueza experiencial y conceptual, en el que
Diego Irarrázaval ha organizado una serie de ponencias que constituyen una
auténtica “búsqueda cristiana”. Pero, ¿qué busca el autor? Busca respuestas a
los sinsabores y sinsentidos que la globalización va dejando por todo el
planeta. Y las busca en la vida, la cultura y la fe de los pueblos marginados.
La lectura de esta obra permite acercarse a ese “acontecer religioso”, polisémico y polifónico, que describe
el autor a lo largo de los 26 capítulos del libro. Para abordarlo propongo las
siguientes claves de lectura: el malestar de la globalización, la resistencia
desde la religiosidad popular e indígena, y la necesidad de esfuerzos
multidisciplinarios para esta tarea.
Para
el autor, el cambio de época que viene ocurriendo en el mundo en las últimas
décadas, está marcado por la globalización, con sus ofertas de Progreso y Felicidad, y su diabólica dinámica de mercantilizar todo, inclusive
lo sagrado. Este cambio es el gran signo de los tiempos que debe interpelar
nuestra fe y compromiso cristiano: «Hoy el ser humano anda deslumbrado en medio
de un bosque de símbolos y un torbellino de cambios... El orden global no es
estable ni equitativo, el proceso de cambios es acelerado, desigual,
desconcertante» (p. 371). La globalización ha creado un complejo politeísmo
secular donde casi cualquier cosa se vuelve un Absoluto, desde el dinero (In
God we trust), que puede comprar casi todo, hasta la misma individualidad,
el egocentrismo en su máxima
expresión.
Sin
embargo, desde los valores de las culturas marginales se puede resistir esta
tendencia. Para el autor hay signos de que un mundo mejor es posible: los
tenaces esfuerzos de ecologistas, de defensores de derechos humanos, de
promotores del comercio justo, de defensoras de la tolerancia a la diversidad y
la equidad de género, por mencionar algunos en la esfera secular. En el ámbito
religioso las cosas tampoco son desalentadoras: «La religión no solo no se ha
agotado, o reducido al ámbito privado, sino que presenta una nueva vitalidad.
El talante posmoderno puede contribuir a respetar el misterio y a dar así un
aporte a lo que algunos consideran el surgimiento de una nueva época religiosa»
(p. 103).
Esta
vitalidad religiosa es la que el autor encuentra entre los pueblos indígenas,
ladinos y afroamericanos, donde «La identificación y cercanía de Dios con las
personas pobres es una constante en la espiritualidad de la religiosidad
popular y las culturas indígenas» (p. 136). Más concretamente, en el
catolicismo popular «existe una vasta red de vínculos, que suelen no tener un
membrete cristiano, pero de hecho ponen en práctica el ser eclesial, fiel al
Dios de la vida» (p. 110).
Esta
religiosidad es cristológica y mariológica: «En cada tiempo y lugar es posible
encontrarse con el Salvador y su madre» (p. 328). Los pobres viven y celebran
su fe expresándola en una gran variedad de creencias e imágenes, que van desde
el “Niño Jesús”, hasta el “Cristo crucificado”, y «…en la simbólica construida
por los oprimidos, las diversas imágenes de la Virgen, con rasgos indios,
negros, mestizos, humanos, manifiestan el rostro materno de Dios». Es, por
tanto, una fe liberadora: «la encarnación en medio de los pobres teológicamente
define la historia humana. Esto permite entender la salvación desde la opción
de Dios por los últimos que son los primeros; desde la opción de Dios por
María» (p. 328).
Sin
embargo, el autor sostiene que la religiosidad popular debe ser vista no sólo
con el corazón, sino también con lucidez crítica, pues advierte cierto divorcio
entre fe y praxis eclesial: «Uno constata incoherencias cuando casi todo el
mundo dice creer, pero la maldad campea en el mundo» (p. 258), y también
ambivalencias como «manipulaciones de lo sagrado, plegarias sin responsabilidad
ética, imágenes apropiadas por un grupo en contra de otro…, carencia de memoria
del Jesús del Evangelio, cierta distancia entre el culto y el mensaje bíblico»
(p. 266). Al respecto, el autor afirma que «A la teología le corresponde tanto
explicitar la fidelidad al Dios vivo como denunciar la existencia de dioses
falsos…», para lo cual debe apoyarse en «las ciencias humanas y las sabidurías
del pueblo que desenmascaran absolutos que deshumanizan» (p. 337).
De
esta manera, el autor señala que el principal reto para la fe cristiana es
hacer una formulación teológica propia, en diálogo con otras disciplinas y con
la sabiduría popular, compartiendo conocimientos, métodos, experiencias, etc.
Este enfoque interdisciplinario «forma parte de la innovación teológica que
acontece en América Latina» (p. 91), cuya raíz está en el modo de proceder de
las teologías autóctonas:
El
modo de proceder de las teologías indígenas consiste en reflexionar desde los
márgenes, en diálogo con sabidurías populares, en franca y humilde escucha del
clamor de la creación y de la humanidad. Entre estas y otras teologías no caben
meros intercambios de ideas. Más bien, se encuentran diversas espiritualidades
y se conjugan varias facetas de la praxis liberadora. Se trata de una
interacción orientada a la fuente de la Vida. No interesan nociones sobre cosas
sagradas; lo que nos apasionan son los acercamientos a la Presencia Divina (p.
391).
Además,
Diego Irarrázaval plantea estos otros desafíos: la articulación de esfuerzos
académicos y pastorales, tanto a escala local como regional; aprender a
escuchar lo que dicen otras culturas; conocer lo que ocurre en otras latitudes
del planeta, especialmente en África y en Asia, donde existen interesantes
esfuerzos de los que podemos aprender.
Un último desafío: en
esta búsqueda cristiana debemos superar la visión de que la religiosidad de los
pueblos y culturas marginadas necesita purificarse, porque quizás quien debe
hacerlo es la religión oficial. El autor confiesa: «He aprendido, en
comunidades afroamericanas e indígenas, que lo problemático no es Cristo sino
sistemas humanos que llevan su nombre -las cristiandades-… Lo cristiano está
encadenado a pasadas colonizaciones y a la actual globalización occidental…» (p.
424)