lunes, 12 de marzo de 2018

El Dolor del «Dios Crucificado»



(Dr. Mario A. Aguilar  Joya)

Durante mucho tiempo y en congruencia con los principios de la filosofía griega, los cristianos hemos creído que Dios no puede sufrir, según los filósofos, la Divinidad, no era capaz de sufrir ni de experimentar dolor, pues si sufriera no sería Dios.
Esta herencia contaminada de los filósofos griegos del concepto de Dios Inmutable y de Dios Impasible, interfieren con las concepciones de la aceptación del Dios Sufriente, el Dios Vulnerable y por tanto de la posibilidad de ver al Dios Crucificado padeciendo con características humanas y en acompañamiento con la creación humana, en un concepto que va mas allá de un antropomorfismo de la divinidad.
Fue en la década de los setenta, que se presentó el rudimento de lo que posteriormente marcaría un cambio en el pensamiento teológico académico, se inició la modificación del paradigma sobre el dolor y el sufrimiento de Dios. Este logro fue gracias parcialmente, a la publicación de dos obras que se han convertido en clásicos de la teología del sufrimiento:
1). «El Dios Crucificado» del teólogo alemán J. Moltmann (1926 -  ) fue publicado en alemán el Viernes Santo de 1972.   Un día que es de especial significado para los cristianos, pues marca la fecha de la crucifixión y muerte de Jesús en la Cruz. De esta manera, el libro ve la luz en una fecha propicia para agitar los cimientos de los conocimientos tradicionales sobre la imposibilidad de Dios de sufrir con el  sufriente,  hasta esa fecha idea dominante en la religión.
2). En 1975 el teólogo japonés K. Kitamori (1916-1968), profesor de teología sistemática en el seminario de Tokio, ofrece su aporte con el libro «La Teología del dolor de Dios».  En donde el autor explica que la noción del dolor de Dios no es un «concepto de sustancia» sino que se trata de un «concepto de relación» del Dolor de Dios con su creación.
Dos libros con conceptos innovadores y transformadores que llevaron a la teología académica a  reprogramar su enfoque y perspectiva sobre lo que creíamos eran o no las características de Dios y de cuál es el proceder de Dios ante el sufriente.
Fue así, como la teología cristiana modificó el rumbo de lo que en otras religiones se pensaba del Dios Único y Verdadero. Y que sigue siendo diferente a otras religiones pues todavía ven y perciben a Dios como un Ser incapaz de sufrir.  Esta visión del «Dios Crucificado» y del «Dolor de Dios», con características de un Dios que es capaz de percibir el dolor en la crucifixión y que su sufrimiento va más allá de este tormento, ha sido causa de contradicción y  malestar en las mentes más conservadoras de la teología.
Es en esta perspectiva que el libro «El Dios Crucificado», ha sido clasificado como un verdadero clásico de la literatura teológica. Está catalogado como uno de los mejores cien libros de teología del siglo XX,  y por lo tanto uno de esos libros excepcionales, que deben ser leídos y re-leídos, con el propósito de identificarnos con el autor, compenetrarnos con el pensamiento del famoso teólogo y llegar así a comprender, cómo el Dios Padre del crucificado, no se encuentra en un lugar del cielo, apartado del  sufrimiento y dolor de su hijo y de su creación. Tesis que  finalmente nos abre el camino hacia la posibilidad de afirmar que la Divinidad no solamente participó acompañando activamente a Jesús en el sufrimiento en la Cruz,  sino que  participa activamente en el sufrimiento de los humanos en la actualidad.
Este sufrimiento de la Divinidad en acompañamiento con  la Humanidad, no hubiera sido posible, si no aceptáramos la Crucifixión de Jesucristo como la Crucifixión del Dios Verdadero.  Fue así, como los estudiosos teólogos que dirigían al cristianismo académico, comenzaron a modificar el rumbo de lo que se pensaba sobre el sufrimiento y el dolor de Jesús en la Cruz en particular y del sufrimiento de la humanidad en general.
El significado de «El Dios Crucificado» y el «Dolor de Dios»  no solamente como conceptos sino en forma práctica siguen siendo  importantes en el momento actual,  pues lamentablemente seguimos crucificando a Jesús y causando dolor a Dios con nuestras acciones y omisiones: Cuando pidiendo ayuda el necesitado, elegimos mirar en otra dirección; cuando re-victimizamos a los que ya sufrieron de las injusticias sociales; cuando pudiendo dar de nosotros para acompañar a los vulnerables de la sociedad, nos volvemos parte del problema y no de la solución; cuando optamos dar de lo que nos sobra para alimentar al prójimo necesitado, en lugar de compartir lo que tenemos. Entonces no solamente causamos dolor a Dios, sino que lo crucificamos nuevamente.
Es por eso, que en este periodo de reflexión de la Semana Mayor, debemos recordar que la sangre derramada en la crucifixión, nos expresa un sufrimiento y dolor que trasciende el entendimiento humano.  Lo que indudablemente debería movernos a una fe más preparada, entregada y por supuesto más plena.