Por:
Mario Aguilar Joya
Doctor
en Medicina
Por
algún tiempo se habían considerado como sinónimos los términos Dolor y
Sufrimiento. La verdad es que después de muchas décadas de estudios por ramas
tan diversas como la Moral, Medicina, Sociología, Filosofía y la Teología, hoy
sabemos que no son equivalentes, aun cuando invariablemente el dolor puede
llevar al sufrimiento, también se sabe que puede haber “gran sufrimiento” con
“muy poco dolor”.
En
términos generales el dolor es una sensación universal que se origina como
resultado de respuestas físicas a estímulos externos que son considerados como perjudiciales.
En cambio el concepto de sufrimiento es más complejo y por tanto difícil de
precisar por lo que es frecuente encontrar diferentes definiciones: “Estado
constante de intranquilidad mental”, “Período desagradable de incomodidad
total” “Malestar severo que afecta moral, psicológica y espiritualmente al
individuo”. El dolor es una sensación de
los cuerpos humanos, en cambio el sufrimiento es adolecido por las personas.
El
investigador y doctor Eric Cassell, en su libro La naturaleza del sufrimiento y la finalidad de la medicina, puntualiza
que el dolor físico puede llevar al sufrimiento físico y eventualmente al sufrimiento
total si este dolor es severo en intensidad, incontrolable y con la sensación
de ser interminable. Es así como desde
hace mucho tiempo este modelo y muchos otros nos han ayudado a estudiar y
comprender mejor el dolor y sufrimiento que adoleció en la cruz durante la
pasión y posterior muerte, Jesús de Nazaret.
Los estudiosos han llegado a la conclusión que durante ese martirio, se soportó
tanto dolor como sufrimiento. La pasión
dolorosa de Jesús cumplió con las características antes mencionadas de ser
intenso (una sangrienta flagelación), incontrolable (infringida por otras
personas con la finalidad de hacer mucho daño) e interminable (ser colgado de una Cruz hasta
que muriera).
Por lo que podemos afirmar que no solamente hubo dolor
sino también gran sufrimiento físico. A
esto se le agrega el sufrimiento moral de permanecer semidesnudo, crucificado;
el sufrimiento psicológico por haber
sido abandonado por aquellos que días atrás lo seguían y lo buscaban para ser
alimentados o curados; fue además desamparado por sus seguidores más cercanos,
uno de los cuales (Pedro) llego a negarlo, no una sino tres veces. Por último,
el sufrimiento espiritual que conlleva a la sensación de abandono total al
final de su vida y que lo impulso a clamar “Señor, Señor porque me has
abandonado”, en un sereno recordatorio de la relación que existe entre el sufrimiento
y la esperanza del Justo.
Las palabras se agotan y no se pueden encontrar
frases que describan el dolor, sufrimiento, angustia y soledad que debe haber
tolerado en sus últimos momentos el Jesús crucificado; sin embargo aprendemos
de Él que superar el sufrimiento no significo eliminarlo, por el contrario representó
para el crucificado confiar y entregarse a la voluntad trascendente de Dios
Padre. Somos nosotros los que también
debemos tener la certeza de fe que la resurrección
de Jesucristo nos debe conducir a que la
esperanza de la justicia se sobreponga
al fenómeno del dolor, sufrimiento y la muerte.