martes, 27 de agosto de 2013

La Iglesia de Jesús. Proceso histórico de la conciencia eclesial, de Rufino Velasco (Recensión)



Por: José Echeverría.

Rufino VELASCO, La Iglesia de Jesús. Proceso histórico de la conciencia eclesial,
Editorial Verbo Divino, Estella (Navarra) 1992.
443 páginas.
ISBN: 8471517825.


1- partiendo de las experiencias fundantes que dieron origen a la Iglesia, presenta su eclesiología bíblica exponiendo las diversas tradiciones dentro del Nuevo Testamento.
En sus dos vertientes principales: la tradición paulina (incluyendo Lucas/Hechos) contrastándola con la tradición del discípulo amado.
Es cosa ya suficientemente probada que de lo ocurrido con Jesús nacieron tradiciones muy diferenciadas, que entraron en serios conflictos unas con otras. Esto se debía a diversas formas de sentirse y de comprenderse como Iglesia. Estas tradiciones integran lo que sigue siendo normativo en toda reflexión sobre la Iglesia. Pero esa normativa no agota la realización ni la comprensión de la Iglesia. Lo cierto es que la Iglesia sigue siendo «creación» del Espíritu al interior de la historia. Y esa historia sigue siendo constructora de Iglesia a unos niveles de profundidad en los que emerge la conciencia del carácter histórico de la Iglesia y la historicidad constitutiva de toda Teología. El Espíritu conduce a la Iglesia por innovadores y creativos caminos, desde dentro de la historia, hacia la verdad y hacia su realización completa. Pero una cosa es la conducción del Espíritu y otra la fidelidad o infidelidad de la Iglesia a la intención del Espíritu en cada época histórica.
Es necesario tomarse absolutamente en serio la condición histórica de la Iglesia, y  la historicidad esencial de toda eclesiología si se quiere que sus categorías sirvan para avanzar, no para detenerse o retroceder, en la comprensión de la teología.
La palabra proceso debe entenderse también en su otro significado de procesar, someter a proceso histórico abusos y distorsiones eclesiológicas sustanciales por una persistente deshistorización de la Iglesia, e identificación de la Iglesia como tal con sus concretas configuraciones históricas (pág 8).
2- Exposición y crítica de la realización histórica de la Iglesia: (pág 91).
Se han dado cambios históricos decisivos (paradigmas) que han marcado un nuevo rumbo desde situaciones históricas cambiantes: el acontecimiento Jesucristo, su experiencia pascual, el anuncio apostólico como evangelización del Reino; el rechazo y ruptura con el Judaísmo; encuentro y ósmosis con la cultura Helénica; la persecución del imperio; la conversión de Constantino y el cristianismo como la religión oficial del imperio; la invasión de los Bárbaros. A comienzos del segundo milenio la cristiandad está ya perfectamente establecida, nos encontramos con la Iglesia en poder de los laicos, soberanos temporales; época del imperio carolingio (año 774), y el sacro imperio romano-germánico (siglo XI y XII que es la primera edad media).
La Reforma Gregoriana (año 1075); el principio protestante, la respuesta de un proyecto de contra reforma; el concilio de Trento y el Vaticano I. Son expresión de  la Iglesia a la defensiva frente al mundo moderno (pág. 187).
Estos paradigmas históricos fueron abordados e interpretados primero por la Patrística (casi todo el primer milenio, con predominio de una teología de comunión y participación). Luego  por la reflexión teológica que llamamos teología «escolástica» que es un formidable ejercicio de penetración teológica en los artículos de la fe (pág 189).
Desde esa especie de Medioevo continuado que pretende ser la Iglesia tridentina, una era de juridicismo, una ortodoxia, no sólo de la fe sino de la teología, queda fijada por una especie de canonización del sistema conceptual y verbal heredado de la escolástica que, desde entonces hasta nuestros días, ha hecho cuerpo con el catolicismo.
3- Concilio Vaticano II, nuevo paradigma de comprensión (pág. 232).
Un cambio histórico de gran envergadura se ha iniciado, con el concilio Vaticano II. Centrado en el tema de la Iglesia en su ser comunión de comunidades y en su quehacer pastoral de evangelizar; están todavía por desplegarse sus virtualidades más importantes. Inmersos aún en este gran acontecimiento eclesial, nuestro desafío fundamental sigue siendo la fidelidad al cambio histórico expresamente pretendido por la inspiración de fondo del Vaticano II y que este punto debe ser considerado como uno del que depende el ser o  no ser de la Iglesia en el futuro. Es vital que la teología comprenda el alcance histórico de este concilio, que tenga en cuenta la posibilidad de que este concilio pretendiera un cambio histórico en la comprensión de la fe cristiana y en la comprensión de la Iglesia del tercer milenio.
Los teólogos deben seguir afirmando que a cincuenta años de distancia, es cada vez más claro que este cambio de época es la causa y la finalidad del Vaticano II. Reafirmar, por tanto, que el cambio histórico pretendido por el Vaticano II es tocar un punto clave que afecta profundamente a la manera de entenderlo, y que debe servir de criterio para juzgar la fidelidad o infidelidad al concilio de las diversas interpretaciones de la teología actual. Esto no significa partir de cero, sino recuperar niveles más profundos de la tradición.
Pensar que el concilio quedó ya superado significaría dejar de lado la cuestión de fondo, que sigue siendo una cuestión pendiente: un nuevo modelo de comprensión, su concentración en el tema de la Iglesia como lugar central. Fruto de esta opción han sido dos documentos de capital importancia: la Lumen Gentium y la Gaudium et Spes. Lo cual implica que el cambio histórico desencadenado por el concilio comporta, ante todo, un «giro copernicano» en su manera de relacionarse con el mundo en perspectiva de una reflexión sobre el condicionamiento histórico del cristianismo y sobre la gran importancia de estar atentos a los signos de los tiempos, de distinguir entre la sustancia de los dogmas y su formulación histórica o sea una comprensión de la historia como «lugar teológico», no en el sentido tradicional de encontrar en ella lo que ya se sabe por la revelación cristiana, sino en el sentido estricto de elemento intrínseco en la constitución de la revelación y en la constitución de la Iglesia, ya que éstas son realidades acaecidas y constituidas dentro de la historia y a través de concretos acontecimientos históricos (pág. 235).
Se trata, en resumidas cuentas, de superar una etapa de profunda deshistorización de la fe y de la Iglesia, y de toda reflexión teológica. Hay que replantearse la versión histórica que hay que dar a la fe y a la Iglesia, desde dentro de la historia, para la consumación teológica del proceso histórico según el evangelio. Se trata de pasar de una «forma histórica» de fe, a otra «forma histórica» distinta, nueva, tal como lo exige la condición de una Iglesia semper reformanda.
Valoración Crítica: La teología actual no debe reducir el concilio a la nada, ni relegarlo a la inoperancia como un hecho del pasado prácticamente irrelevante. Paradójicamente, parecería que el Vaticano II hubiera suscitado una oposición aguerrida, sin encontrar, en cambio defensores convencidos. El Vaticano II no es sólo un acontecimiento que tuvo lugar en el pasado, sino que está aconteciendo todavía, y nuestra vida creyente actual, y la vida de la Iglesia actual, transcurren bajo ese acontecimiento. No es nada fácil estar a la altura del cambio histórico desencadenado por el concilio, y ese cambio se realiza necesariamente a través de un proceso que no tiene por qué ser lineal y uniforme. Así ha ocurrido con todos los grandes concilios en la historia. Han abierto un camino capaz de imprimir una forma nueva al cristianismo pero a través de altibajos, de avances y retrocesos. Pero la época histórica que trató de cerrar el Vaticano II está definitivamente cerrada y la época nueva que quiso abrir sigue ahí abierta y más desafiante. En ese sentido puede decirse que lo más importante implicado en la teología conciliar está todavía en el futuro.
No se trata sólo de entender y profundizar los documentos conciliares, se trata también de proseguir el concilio, de hacerle avanzar. No se puede ser fiel al concilio sino yendo más allá que él en innovación y en creatividad permanentes. En definitiva, el Vaticano II fue un acontecimiento del Espíritu, de ese Espíritu que sigue siendo «creador» de su Iglesia. Hay que afirmar con toda energía, que «pueblo de Dios» es el concepto base y punto de partida de la constitución Lumen Gemtium y reconocer en esta orientación una de las mayores originalidades del concilio; ya que presenta una visión dinámica y evolutiva de la historia, flexibilizando esquemas rígidos, intemporales, que no tienen en cuenta los condicionamientos históricos. La categoría «pueblo de Dios» centra la tarea de la Iglesia en el esfuerzo por la liberación y la dignidad de los hombres poniendo en primer plano nuestra condición común de creyentes. «Pueblo de Dios» designa esa realidad englobante de la Iglesia, previa a toda diferenciación, que remite a lo básico y común de nuestra condición eclesial: nuestra simple condición de creyentes como la realidad primaria y fundamental desde la que hemos sido «constituidos en pueblo». Es obvio que lo primero es la comunidad de todos los creyentes, previa a las distintas funciones, servicios o ministerios. Y, por supuesto, que esto implica una igualdad fundamental de todos en cuanto a la dignidad y a la acción común de todos los creyentes (LG 32). No es nada fácil concordar «verdadera igualdad» con jerarquía y, estando las cosas como están, el peligro es que esa igualdad no supere jamás la mera retórica (pág. 265).
También esto exige un proceso histórico; es cuestión de nueva conciencia eclesial que debe irse creando, y es cuestión de prosecución de que en la Iglesia de Jesús la única realidad decisiva es nuestra comunión en la caridad, que no es un carisma, que es más que todos los carismas juntos, porque es el ámbito concreto en que acontecen la fe, la gracia y la salvación.
En la Gaudium et spes por primera vez en la historia, la Iglesia pone como base de un documento solemne un análisis de la situación histórica. Lo que emerge es la conciencia de que la fe es una configuración histórica particular que nos obliga a leer en la historia misma la llamada de Dios. El Vaticano II es hijo de su tiempo, como lo fueron todos los concilios. Y desde sus condicionamientos históricos, ha sido todavía un concilio eurocéntrico que habla desde el Primer mundo. Sin duda que posee un valor duradero y permanente con principios sólidos que fundamentan una nueva praxis de la Iglesia en relación con el mundo. Es la Iglesia que toma conciencia de formar parte de la historia humana como pueblo de Dios; es hablar de convergencia previa en una sola humana realidad; es prestar atención al tema de los «signos de los tiempos» como reflexión sobre el condicionamiento histórico del cristianismo que los interpreta a la luz del evangelio (GS 4). Es la capacidad de unir la verdad evangélica a las exigencias de la historia.
La teología debe hacer un esfuerzo por reafirmar el solemne magisterio del Vaticano II, que después de tanto tiempo de inmovilidad y ausentismo, volvió a poner la Iglesia al servicio del hombre. La difusión del concilio no ha ido demasiado lejos, antes por el contrario, se ha quedado truncada a medio camino.
El mismo Espíritu que asistió al concilio para que dijera la verdad, lo asistió también para que la dijera claramente, y que la fidelidad a ese Espíritu no permite decir lo contrario so pretexto de explicarlo mejor. El camino como tal sigue abierto, la Iglesia misma es una realidad abierta, sometida a una sacudida histórica. El Vaticano II ha sido la inauguración solemne de una nueva etapa histórica para la Iglesia, y es necesario proseguir sin reservas el cambio iniciado por él, cambio que está en su primera fase con un primer período más positivo (con Pablo VI). La Iglesia católica es hoy una Iglesia del tercer mundo con orígenes históricos en el occidente europeo. ¿Qué figura histórica debe adoptar en estas nuevas condiciones del momento presente? Sólo el Espíritu de Cristo Jesús, creador e innovador permanente de su Iglesia lo enseñará.
La que estamos presentando, es una obra sólidamente documentada con citas de los más reconocidos teólogos y exegetas del siglo XX; además de incluir textos originales de bulas y encíclicas del magisterio. Su lenguaje es claro, ameno, regresando siempre a las mismas ideas de fondo, para insistir en mayor profundidad. Presenta la verdad objetiva sin matices ni paliativos.  No será agradable al gusto de quienes tengan una visión demasiado jerárquica y centralizada de la Iglesia Católica. Sí es una buena nueva de esperanza para quienes busquen sentido comunitario, apertura y participación en la construcción del Reino. Es una advertencia a no olvidar lo ocurrido en la historia de la Iglesia, y una voz de alarma como un llamado a la fidelidad al concilio Vaticano II, al Espíritu que lo impulsó;  y a Jesucristo, su persona, su palabra, su entrega y al movimiento de reforma espiritual profético suscitado por su resurrección.

No hay comentarios:

Publicar un comentario