viernes, 25 de abril de 2014

HABLAR DE DIOS DESDE EL SUFRIMIENTO DEL INOCENTE. El libro de Gustavo Gutiérrez (Recensión)



Por: Douglas Gilberto Cerón Ponce

GUTIÉRREZ, Gustavo, Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente.
Sígueme, Salamanca 2006.
225 páginas.
ISBN: 84-301-1002-X.

El libro Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente tiene como objetivo, según el autor, ser una reflexión teológica sobre el sufrimiento humano, hecha a partir del libro de Job y de la realidad de sufrimiento y muerte de los países de América Latina.  La situación de inocencia de Job deja entrever la inocencia de un pueblo oprimido y creyente. El libro se estructura en tres momentos: la apuesta, el lenguaje profético y el lenguaje de contemplación.

En el primer momento se centra en la figura de Job,  quien afronta el sufrimiento, la pérdida, el abandono, la enfermedad (cfr. Job 1,9), a pesar de ello no reniega de Dios. Para el autor, esta primera parte abre la interrogante  «¿Cómo hablar de Dios desde la situación que Job soporta?». Como se verá a continuación, toda la primera parte es antesala para poner justificar un cierto modo de hablar de Dios a partir de un tipo de teología, ajena a la realidad de sufrimiento de las mayorías, como es el caso de América Latina. Hablamos en este caso de la teología de la retribución, que es representada por los amigos de Job a lo largo del libro. Teología que puede catalogarse como interesada, manipuladora, comercial, dicho con otras palabras donde el malvado es castigado, el justo es premiado por Dios (cfr. Job 4, 7-8); teología por cierto muy actual en nuestros pueblos de América latina.

El segundo momento es considerado por el autor como determinante para entender la situación que vive Job y que viven todos aquellos que sufren.  Nuevamente, sobresale la doctrina de los amigos de Job haciéndole ver que su situación es consecuencia de sus faltas, conclusión que Job no comparte ya que no se identifica con determinada forma de vivir. Dicha conciencia llevará a Job a cuestionar la desgracia que vive siendo él inocente. Un aspecto novedoso de este apartado es la constatación de Job, que evidencia que el sufrimiento que vive  no es solo individual sino colectivo, lo que le lleva a concluir, que dicho sufrimiento es consecuencia de los malvados como se lee en Job 24, 1-14; de aquí se puede con seguridad afirmar que la pobreza no siempre es fruto del destino  ni de causas inexplicables, afirmación que posibilita un modo de hablar de Dios ajeno al presentado por los amigos. Otro elemento importante respecto a Job es su práctica de la misericordia, que según Job 29, 12-17 forma parte de su vida. Este desenmascaramiento por parte de Job responde a la pretensión de la  acusación de ser injusto y no practicar la misericordia como lo hará ver Elifaz en su intervención (cfr. Job 22, 4-9). El apartado concluye con el testimonio de la vida de Job, evidenciando que ayudar a otros que sufren es el camino hacia Dios. A pesar de esto aun está latente la pregunta ¿Por qué el dolor injusto que padece Job?

En el tercer momento el autor expone de nuevo la situación de sufrimiento de Job, análoga a la del pueblo pobre y creyente, de aquí el reconocimiento de que todo viene de Dios, tanto bienes como males (cfr. Job 2,10; Cr 29,15), rasgo de la verdadera religión gratuita y desinteresada. Posteriormente se expone  la respuesta de Dios a la situación de Job y el combate entre ambos. Dios se manifiesta a Job con tres rostros concretos: Dios como árbitro (9,33), testigo (16,19) y liberador - Goel (19,25). En estas manifestaciones Job llega a la convicción de ver a su liberador como un amigo.

El autor cierra esta parte final con dos intervenciones de Dios, las cuales son una respuesta a la angustia y sufrimiento que padece Job: la primera referida al designio  de Dios (Cap. 38-39) y la segunda en relación a su justicia (Cap. 40,7-14). En la primera intervención Dios hace ver a Job el sentido de su creación, manifiesta su poder y revela su gratuidad y amor hacia la humanidad, muestra a Job la equivocación de sus amigos y su visión antropocéntrica de la creación: , todo fue hecho para la utilidad inmediata del ser humano. Aquí Job toma una actitud diversa, pues reconoce su pequeñez y se aparta del antropocentrismo concebido. La segunda intervención evoca la justicia de Dios Mishpat, además se subraya el papel del ser humano ysu libertad. El autor hace ver que Dios no es sólo poderoso, sino débil como lo muestra en su revelación al ser humano (1 Re 19, 11-13), algo incomprensible para Job pero que  le permite entender el respeto de Dios a su creación, hacia su libertad.

miércoles, 23 de abril de 2014

UNA IGLESIA POBRE PARA LOS POBRES. LA MISIÓN DE LA IGLESIA. El libro de Gerhard Müller (Recensión)


Por: Juan CHOPIN.

MÜLLER, Gerhard, Povera per i poveri. La missione della Chiesa, Editrice Vaticana,
Città del Vaticano 2014.
310 páginas.
ISBN: 978-88-209-9276-7.

El autor de este libro es Gerhard Ludwig Müller. Fue ordenado sacerdote por la diócesis de Maguncia (Alemania) el 11 de febrero de 1978. En 1986 fue llamado para asumir la cátedra de teología dogmática en la Universidad Ludwig Maximilian de Múnich. Fue ordenado obispo el 24 de noviembre de 2002 y ejerció su episcopado por diez años en Ratisbona. El 2 de julio de 2012, Benedicto XVI lo nominó prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y ha sido confirmado en ese cargo por el Papa Francisco, además de haber sido constituido cardenal durante el consistorio del 22 de febrero del año 2014. Por encargo de Benedicto XVI, Gerhard Müller es el encargado de dar seguimiento a la publicación de la Opera omnia de Joseph Ratzinger.

El título de la obra en la traducción castellana es Pobre para los pobres. La misión de la Iglesia. La expresión «pobre para los pobres» es una frase que recuerda el magisterio del Papa Juan XXIII, retomada por el Papa Francisco al inicio de su pontificado y en sus escritos, por ejemplo en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, n. 198.

La edición de la obra, a cargo de Pierluca Azzaro, consta de un prefacio del Papa Francisco y tres partes. En el prefacio, Francisco utiliza un tono prudente respecto al reconocimiento de la teología de la liberación, sin embargo se mantiene coherente en su condena de la idolatría y consiguiente divinización del dinero: «el dinero y el poder económico, de hecho, pueden ser un recurso que aleja al hombre del hombre, confinándolo en un horizonte egocéntrico y egoísta» (Prefacio, pág. 6).

En la primera titulada La misión liberadora de la Iglesia, G. Müller presenta el sentido de su escrito. Se refiere a su experiencia entre los pobres de Perú  y su amistad con representantes de la teología de la liberación, en particular con Gustavo Gutiérrez, llegando a afirmar que para él «la Iglesia pobre para los pobres tiene el rostro de Gustavo Gutiérrez» (pág. 15). Menciona también a Josef Sayer y a Diego Irarrázaval vinculados a seminarios sobre teología de la liberación en el contexto peruano. El sentido de la Iglesia aquí se inspira en la narración del samaritano, se asume la fuerza histórica de los pobres (G. Gutiérrez) y se entiende como Iglesia para los otros, en la línea de la teología bonhoefferiana, donde la historia es el escenario del ejercicio de la libertad. También hay un intento de distinguir los presupuestos de la teología de la liberación con los principios marxistas y el ejercicio del comunismo. El autor busca justificar también cómo la teología de la liberación tiene vínculos con la Doctrina Social de la Iglesia del magisterio pontificio oficial. Por supuesto, se trata de minimizar el impacto que en su momento tuvieron las dos instrucciones contra la teología de la liberación, es decir, Libertatis nuntius (1984) y Libertatis conscientia (1986), firmadas en su momento por el entonces prefecto para la Congregación de la Fe, Joseph Ratzinger.

La segunda parte trata acerca de la misión evangelizadora de la Iglesia, pero más que sistematizar el tema de la misión, en cuanto actividad esencial de la Iglesia, propone el sistema de correlaciones que, en un contexto eclesial, se dan entre la fe, la esperanza y la caridad. En la concepción de G. Müller, la fe no está desvinculada de la realidad del mundo, que es visto como «lugar de epifanía» (pág. 96) y la voluntad del hombre como «lugar de revelación de los significados» (Ibíd.). En la línea de la teología de H.U. von Balthasar, la paradoja de lo eterno en el fragmento posibilita el surgimiento de la fe, así la fe «reconoce la realidad del mundo como un signo, como un fenómeno que remite a una profundidad a la cual está anclado y de la cual depende en su raíz» (pág. 98). Esta fe se hace operativa en la caridad (fides quae per caritatem operatur) y adquiere una forma escatológica en la esperanza (fides, caritate et spe formata). Para salir al paso de la crisis antropológica que vive el hombre contemporáneo, se propone una vivencia de la fe que supone una necesaria dimensión eclesial (cfr. pág. 118), vista como mundus reconciliatus (San Agustín) y como mundus reconciliams mundum (Pablo VI) (cfr. pág. 150). De modo que la fe en perspectiva eclesial supone una doble tensión: la de descubrir cómo Dios ha reconciliado consigo al humano que vive en la Iglesia y la tensión a reconocer cómo esa reconciliación se ofrece también a las personas que viven a nuestro lado (cfr. pág. 151). La recomendación es de poner en práctica los mecanismos de participación que suponen tanto el sensus fidei, como el sensus fidelium in Ecclesia, es decir, el sentido de la fe y el sentido de los  fieles en la Iglesia (cfr. pág. 165).

En la tercera parte —De América Latina a la Iglesia universal— contiene dos artículos de Gustavo Gutiérrez y uno de Josef Sayer. El primer artículo de G. Gutiérrez trata acerca de la opción preferencial por los pobres en el documento de Aparecida y el segundo presenta la espiritualidad del evento conciliar. El artículo de J. Sayer se refiere a la pobreza como desafío para la fe. Mientras G. Gutiérrez se mantiene en las líneas que caracterizan su teología al leer tanto Aparecida como el Concilio Vaticano II, J. Sayer, en cambio, pone de manifiesto cómo el contexto de pobreza ha permitido construir la amistad entre G. Gutiérrez y G. Müller.

Para un salvadoreño y para la espiritualidad latinoamericana en general, llama la atención lo que dice J. Sayer; en primer lugar, resalta el trabajo que desde tiempos de Mons. Rivera Damas y Mons. Romero realiza la oficina de Tutela Legal  a favor de los perseguidos (cfr. pp. 297-298) y hace una afirmación de mucho interés acerca del conocimiento de G. Müller sobre el caso Romero:

«En el momento en el que Müller, como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se implica en el proceso de beatificación de Oscar Romero, se puede basar en el estudio intenso de los escritos y las homilías de Romero, como también en el conocimiento del contexto social y político en que el arzobispo Oscar Romero ha trabajado y vivido» (pág. 299).

Como valoración final, llama la atención el interés que el actual prefecto para la Doctrina de la Fe pone en la teología de la liberación, en el sentido de recuperar una corriente teológica que ha sido relegada e incluso combatida.

Sobre todo es revelador y, en el mejor de los casos, esperanzador que en este argumento tomen parte el Papa Francisco, Gerhard Ludwig Müller, prefecto para la Doctrina de la Fe y Gustavo Gutiérrez, máximo representante de la teología de la liberación. ¿Cuál será el resultado de esta conjunción? La historia nos lo dirá.

jueves, 16 de enero de 2014

HEREJÍAS DEL CATOLICISMO ACTUAL. El libro de J. I. González Faus (Recensión)

Por: Julio Rafael Gutiérrez

GONZÁLEZ FAUS, José Ignacio, Herejías del catolicismo actual, Editorial Trotta, Madrid, 2013.
132 páginas.
ISBN: 978-84-9879-423-6

José Ignacio González Faus, teólogo jesuita, profesor emérito de Teología en Barcelona y en varios países de América Latina. Es autor de innumerables obras, entre las que destacan Proyecto de hermano: visión creyente del hombre; Otro mundo es posible… desde Jesús; Vicarios de Cristo: los pobres en la teología y espiritualidad cristianas, entre muchas más. En este libro, González Faus nos ayuda a repensar nuestro credo desde las “herejías” que consciente o inconscientemente se han colado a través de los años en nuestra fe.
Aunque el autor lo niega, el título del libro es provocativo. La provocación, no obstante, logra su cometido: captar la atención del lector o de la lectora para que, una vez iniciado el prólogo, continúe con la lectura, la cual, por demás, resulta ágil, amena e interesante, tanto por los contenidos de las herejías presentadas, como por el formato seguido en su presentación: identificación de la herejía, evolución histórica de la misma, consecuencias contra la comunidad eclesial y breves conclusiones que ayudan a entrelazar cada una de las diez herejías señaladas en la obra.
Comenzando por la definición del término, el autor sostiene que «'parcialidad' sería una buena traducción de la palabra griega airesis, de la que deriva nuestra 'herejía'». En la Iglesia primitiva, San Pablo admitió las herejías, en el sentido de opiniones parciales que coexistían en su seno, pues esa variedad de pareceres enriquecía a la comunidad (1 Cor 11, 19), siempre que se vieran como lo que eran: opiniones parciales abiertas a aprender de las demás opiniones.
El problema de una herejía, cualquiera que sea la opinión que la sustente, radica en su pretensión de ser la única opinión posible, por verdadera, excluyendo toda posibilidad de admitir algo de verdad en las demás opiniones: «la parcialidad adquiere ahora el sentido negativo del término… porque se absolutiza a sí misma de tal manera que niega espacio a elementos imprescindibles de la identidad cristiana» en otras posturas creyentes.
Desde esta concepción del término “herejía”, el autor describe y analiza en esta obra diez herejías que existen en el catolicismo actual. Están presentes en elementos fundamentales de la doctrina católica, tales como la concepción del misterio de la encarnación, el significado de la cruz, el sentido de la eucaristía, la misión de la Iglesia, el ministerio petrino, la Trinidad, o el espinoso tema de los pobres y los ricos ante el anuncio del Evangelio.
El libro no es ni la denuncia de tales herejías ni una acusación contra los herejes de hoy. Pretende ser un apoyo en la búsqueda de aquellos y aquellas creyentes que se niegan a tomar como verdades absolutas aspectos de la doctrina católica que les resultan difíciles de conciliar. Por eso, contiene breves apartados sobre el desarrollo histórico de esos elementos fundamentales que mencionamos antes. En este sentido, logra ser un excelente apoyo, pues orienta la búsqueda, brindando datos claves sobre tal o cual elemento, de cómo y por qué surgió, cómo evolucionó, pero sobre todo cómo podemos recuperar su sentido original hoy. Por esto se afirma al principio que esta obra nos ayuda a repensar nuestro credo, a profundizar en nuestra fe.
Finalmente, es recomendable no dejar de leer todas las citas a pie de página y tomar nota de la bibliografía; ahí están las fuentes documentales de este libro.


martes, 17 de diciembre de 2013

Encíclica LUMEN FIDEI, del Papa Francisco (Recensión)



Por: Romeo Ramos Amaya

Papa Francisco, Carta Encíclica Lumen Fidei (29 de junio de 2013).
Libreria Editrice Vaticana (www.vatican.va), Roma 2013.


El sumo pontífice, Francisco, al abordar el tema de la Luz de la fe, comienza planteando que por la fe hemos creído en el amor. En un principio muestra el papel de dos personajes bíblicos cuyo papel fue determinante en la historia de la salvación y cada uno fue movido por su fe; el primero es Abraham, quien no ve a Dios, sólo escucha su voz, y  es una palabra que por su fe,  lo interpela y él obedece; como segundo momento muestra al pueblo de Israel, a quien por medio de Moisés, y basado en su fe, Dios lo llama a un largo camino, para adorar a Dios y heredar la tierra prometida, ya que por medio de la fe se puede ver el camino luminoso entre Dios y los hombres. Como siguiente punto y elemento medular se muestra que  la plenitud de la fe cristiana es Cristo, que todo el antiguo testamento converge en él, que su vida y resurrección es la intervención definitiva de Dios en la historia, la fe en Jesucristo lleva al cristiano a comprometerse a vivir con mayor intensidad su vida terrena.
La salvación  mediante la fe nos muestra que el centro de la bondad humana es Dios, no el ser humano “En efecto por gracia estáis salvados, mediante la fe,…” Ef 2,8. Como resultado de la maduración de la fe, el cristiano sale de sus actitudes individualistas y sin perder su individualidad y en el servicio a los demas, se incorpora a la Iglesia, en comunión con los demás creyentes. El documento plantea una secuencia de pasos en el cual afirma que si no se cree no se puede comprender, esto significa que la fe tiene en la verdad seguridad, garantía de salvación, de igual forma requiere como condición indispensable, el amor; sin amor la verdad se vuelve fría, impersonal, opresiva para la vida concreta de la persona. Dios emplea diferentes medios para aumentar nuestra fe, como la escucha y la visión, por eso el encuentro personal con Cristo permite al creyente ver y escuchar a su Señor.
La  fe en su diálogo con la razón puede iluminar las grandes interrogantes de nuestro tiempo, y mostrar una concepción de la naturaleza que va más allá de las explicaciones numéricas, esto lleva a maravillarse con la creación; la fe lleva al creyente en su búsqueda de Dios, a encontrarlo en diferentes signos de su vida cotidiana, asimismo la fe le permite ver a un Dios que se preocupa por él, un Dios que a la vez le es accesible; esta búsqueda de Dios debe llevar al cristiano a entender que Cristo es el origen y consumación de la historia, esto se expresa en el hecho que los cristianos viven en el camino de la fe, para reconocer la importancia de Dios, o porque experimentan el deseo de la luz en la oscuridad; todo esto tiene como elemento fundamental la teología, ya que por medio de esta Dios se da a conocer y permite al ser humano su humilde participación, producto de este diálogo son la fe y la Iglesia.
El camino del cristiano encuentra otra grada, esta es trasmitir lo que ha recibido, aquí se parte del hecho que el punto germinal de la fe, aquel acto de amor de Jesús, ha llegado hasta ahora porque a lo largo de la historia muchos testigos lo han trasmitido, todo esto en el seno de la Iglesia, madre de nuestra fe –por eso la fe no se puede vivir de forma aislada- el creyente difunde su fe, comparte su alegría con otros. La transmisión de la fe es algo más que trasmitir ideas o una doctrina, la Iglesia  trasmite la vida, la luz que nace del encuentro personal con el Dios vivo, una luz que toca a toda la persona: corazón, mente, voluntad, para esto necesita medios indicados, estos son los sacramentos celebrados en la liturgia, reza la palabra “un solo cuerpo y un solo espíritu,…” Ef 4, 4 – 5 esto se pone de manifiesto en la unidad de la Iglesia mostrada en el tiempo y el espacio, esto también está ligado a la unidad de fe, que debe ser confesada en toda su pureza e integridad, cualquier alteración produce daño a la totalidad, la fe es universal, católica, que ilumina el cosmos y la historia.
El siguiente escalón en el camino de la fe es que el creyente a partir de su fe configura otro tipo de escenarios sociales, aportando a los demás en su realidad concreta, en aspectos como: justicia, derechos humanos, la paz, etc. El primer ámbito que ilumina la fe es el matrimonio, la familia. Como producto de haber sido asimilada y profundizada en la familia, la fe ilumina todas las relaciones sociales y desde esta óptica se ve a cada ser humano como una bendición. La fe puede hacer que la persona dé un sentido al sufrimiento, convertirlo en acto de amor, la muerte puede ser vivida como la última llamada de la fe “sal de tu tierra”. La fe no quita los dolores, sino que guía los pasos de quien padece en esos momentos.
Como última protagonista de la fe,  la madre de Jesús, en quien la fe ha dado su mejor fruto, y muestra que cuando nuestra vida espiritual da fruto, nos llenamos de alegría, que es el signo más evidente de la grandeza de la fe en la persona.
Un elemento notablemente positivo en este documento del papa Francisco es el orden en el cual es desarrollado el contenido,  a juicio de quien aquí escribe va planteando gradualmente el camino que debe recorrer el creyente guiado por la luz de la fe, iniciando por asumirla y finalizando con los frutos
Personalmente, clarifica en mi marco conceptual, aspectos como por ejemplo el sentido concreto de los sacramentos en la formación de la fe.
Una debilidad del documento es el poco tratamiento que hace del tema de la pobreza, este elemento sólo es abordado de forma implícita, no hay un apartado que de forma específica se dirija a las amplias y mayoritarias multitudes de personas con marcados márgenes de  privaciones en sus necesidades básicas. 

VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA, ENSAYO DE ESCATOLOGÍA. El libro de Adolfo Galeano (Recensión)



Por: Ricardo José Rodríguez García


GALEANO Adolfo, Visión cristiana de la historia, ensayo de escatología, Ed. San Pablo, Bogotá 2010.
312 páginas.
ISBN 978-958-715-345-3


Adolfo Galeano, doctor en teología, publica este estudio sistemático de la escatología cristiana desde la historia y las diversas escuelas de pensamiento teológico. Su amplia experiencia como profesor de teología ofrece una rica síntesis de un tema en auge en la reflexión teológica sistemática contemporánea.
La obra está articulada de manera lineal y continua, de modo que ofrece a lo largo de sus cuatro partes un recorrido sustancial del desarrollo del tema escatológico, ubicando contextos y avances en la profunda realidad de las ciencias de las postrimerías. 
La primera parte desarrolla el concepto del "esjaton" como sentido de la historia. Esta realidad es presentada como un don de Dios que mantiene el rumbo y le da consistencia a la visión lineal de la historia, en contra de la visión cíclica presente en las corrientes helenistas de pensamiento. Asimismo, enmarca este sentido desde el cambio de paradigma en la baja Edad Media, hasta mostrar su desarrollo racional y de la persona como punto de partida del renacimiento. El "esjaton" encuentra en la modernidad su punto más álgido y alejado de su idea primigenia. La persona y la razón ponen como centro a los grandes humanismos que transforman la sociedad, la economía y la política; que en definitiva ven su ocaso en la primera y Segunda Guerra Mundial, dando paso al posmodernismo y la negación rotunda con su consecuente exclusión de la trascendencia cristiana. Mención especial merece el análisis de una realidad latinoamericana desde la visión de las grandes reflexiones eclesiales de Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida; ubicando las realidades del subcontinente  desde sus raíces metafísicas y barrocas de la escuela hispana de Salamanca, hasta la realidad de exclusión e instrumentalización de la persona en el siglo XX. La visión profética de estos documentos hace un llamado a volver al sentido correcto de la historia y su valor personalista del Reino de Dios. 
La segunda parte del libro aborda el origen del "esjaton" ubicando su raíz en la visión hebrea, es decir, desde la historia como lugar de revelación de Dios a la humanidad; diferenciándola de la visión griega del "logos" inaccesible. La consecuencia directa de esta visión es saber entender el tiempo como una oportunidad que se abre hacia la plenitud, libre de toda atadura y destino. Es decir, La historia como el escenario perfecto donde Dios presenta su plan salvador a la humanidad. Este plan de salvación realizado en el tiempo, es dinámico y encuentra su lugar con la encarnación cuyo culmen es alcanzado en la cruz, poniendo como signo y meta la resurrección, es decir la plenificación de la historia en cuanto a su objetivo y fin último, que tiene como protagonista al Espíritu Santo que infunde en la historia el dinamismo de la resurrección. 
La tercera parte presenta una revisión dinámica de los grandes temas particulares de la escatología, revisados desde la idea central de la historia como un proceso que avanza a su realización. En un primer momento el autor presenta el complejo tema de la muerte desde una visión antropológica y personalista contemporánea poniendo de relieve la realidad dinámica de la  muerte en cuanto transformación-continuidad del desarrollo personal en Cristo. En cuanto a las novísimos (la parusía, el juicio particular, el purgatorio, el infierno y el cielo) presenta su razón de ser en el encuentro personal con Jesucristo, quién hace comprender el sentido, la razón y la plenitud de la historia y de la persona. En esta dirección pone de relieve la coherencia de la reflexión de la historia lineal y su plenitud a alcanzar en Cristo. 
En la cuarta parte, el autor refiere de forma magistral un recorrido denso y rico por la historia del pensamiento cristiano escatológico. Las raíces propias de este pensamiento se encuentran en la cultura y espiritualidad del pueblo de Israel, aunque el Antiguo Testamento no esta impregnado totalmente de esta visión ya que se presenta de forma histórica. Israel concebía en la esperanza del futuro la vida en Dios, son los profetas los que se acercan a este tipo de interpretación de la historia y su sentido; en cambio en el Nuevo Testamento, la visión se compenetra en la óptica escatológica que se inaugura con la resurrección de Cristo, principio, sentido y plenitud de la historia; de ahí que las escrituras tengan en este evento escatológico el filtro y el origen del mensaje salvífico de Dios en Jesucristo, cuyas acciones, liberaciones, exorcismos y mensajes ponen de manifiesto el nuevo orden de las cosas y la esperanza en la plenitud de todo cuanto existe.  El Apocalipsis en este orden, demuestra la visión de una Iglesia que peregrina en medio de no pocas adversidades hasta encontrarse  con su "esposo". 
Con el paso del tiempo, la primitiva comunidad cristiana perseguida de los primeros cuatro siglos, avanza hacia una institucionalización que la  sumerge en elementos del mundo, convirtiéndose ya no en una Iglesia perseguida por la historia, sino en la protagonista de la construcción de una sociedad justa, acorde a los valores del reino. Acudimos entonces a un ensombrecimiento del ideal escatológico, y la balanza se inclina más al espíritu legislador y moral. 
La Edad Media atiende a una sistematización gradual de la visión escatológica de la  vida cristiana, que con poca fuerza asienta las bases de una teología barroca producto del concilio de Trento, que no logra volver al sentido escatológico de las primeras comunidades cristianas. Es precisamente este empuje el que alcanza a la recién descubierta América e intenta configurar en la base de la fe del nuevo mundo, una experiencia del reino de Dios presente en las personas y en las culturas. Sin embargo en la colonia americana el ímpetu escatológico se ve reducido más al estudio de las postrimerías (novísimos) y no abarca el sentido de la historia como tal. Es hasta la teología contemporánea donde se percibe un resurgir de la historia como proceso hacia el "esjaton" con dos corrientes bien definidas, por un lado grandes teólogos como Hans Urs Von Balthasar, Joseph Ratzinger y Henri de Lubac; quienes cuestionan profundamente la modernidad. Y por otra parte Karl Rahner, quien hace un serio esfuerzo por hacer comprensible el cristianismo a la modernidad. Estos dos polos logran un equilibrio de la escatología desde el espíritu de la historia y el estudio de sus temas particulares, dejando abierto el siguiente paso que consistiría, para el autor, en el redescubrimiento de la sensibilidad de los primeros cristianos que toman como punto de partida de la escatología la resurrección de Jesucristo, leyendo de esta forma la realidad y el futuro que pertenece a Dios. 
La escatología tradicional que se basa en el estudio de las postrimerías alcanza una comprensión más amplia cuando se encuentra inmersa en el sentido de la historia y de la Iglesia que peregrina hacia su razón de ser, Cristo, el “esjaton”, quien la mantiene en tensión hasta alcanzar el objetivo para la cual fue creada: la felicidad junto a Dios y junto a los demás.
El autor hace un esfuerzo magistral al identificar las diferentes etapas de la reflexión de esta dimensión de la teología, las citas y los autores mencionados son básicos para comprender este punto de vista. Un elemento que merece ser mencionado radica en el hecho de la contextualización del pensamiento escatológico en Latinoamérica, asignatura pendiente en las aulas de enseñanza de la teología en nuestros seminarios, donde el énfasis se da mayormente a los estudios clásicos y pensadores europeos. Me pareció vital conocer el influjo que la forma de concebir la escatología o el sentido de la historia, pesa en las decisiones y la configuración de nuestros pueblos, profundamente católicos,  que peregrinan hacia el diseño social y sentido adecuado de su historia.

Otro detalle ante el análisis crítico del libro consiste en la aparente falta de profundización en los temas particulares de escatología (novísimos) donde el autor solo presenta la relación de su tesis desde la tensión entre historia y pensamiento escatológico, dejando por un lado y hasta cierto punto afuera, la rica reflexión del pensamiento que mantiene en los distintos apartados de su obra.