jueves, 22 de mayo de 2014

INDAGACIÓN CRISTIANA EN LOS MÁRGENES. El libro de Diego Irarrázaval (Recensión)



Por: Julio Rafael Gutiérrez


IRARRÁZAVAL, Diego, Indagación cristiana en los márgenes. Un clamor latinoamericano
Ediciones Universidad Alberto Hurtado, Santiago 2013.
480 páginas.
ISBN 978-956-9320-36-1

Diego Irarrázaval es presbítero de la Congregación de Santa Cruz. Colabora en varios países de América Latina, tanto en parroquias como en centros de reflexión teológica y en la revista Concilium. Fue coordinador del Instituto de Estudios Aymaras en Perú, entre 1981 y 2004, y de la Asociación Ecuménica de Teólogos del Tercer Mundo, entre 1997 y 2006. Entre sus numerosas publicaciones podemos destacar: Teología en la fe del pueblo (San José, 1999), Un Jesús Jovial (Sao Paulo y Lima, 2003), Raíces de la Esperanza (Lima, 2004), Itinerarios en la Fe Andina (Cochabamba, 2013).

Indagación cristiana es un libro extenso, de una gran riqueza experiencial y conceptual, en el que Diego Irarrázaval ha organizado una serie de ponencias que constituyen una auténtica “búsqueda cristiana”. Pero, ¿qué busca el autor? Busca respuestas a los sinsabores y sinsentidos que la globalización va dejando por todo el planeta. Y las busca en la vida, la cultura y la fe de los pueblos marginados. La lectura de esta obra permite acercarse a ese “acontecer religioso”, polisémico y polifónico, que describe el autor a lo largo de los 26 capítulos del libro. Para abordarlo propongo las siguientes claves de lectura: el malestar de la globalización, la resistencia desde la religiosidad popular e indígena, y la necesidad de esfuerzos multidisciplinarios para esta tarea.
Para el autor, el cambio de época que viene ocurriendo en el mundo en las últimas décadas, está marcado por la globalización, con sus ofertas de Progreso y Felicidad, y su diabólica dinámica de mercantilizar todo, inclusive lo sagrado. Este cambio es el gran signo de los tiempos que debe interpelar nuestra fe y compromiso cristiano: «Hoy el ser humano anda deslumbrado en medio de un bosque de símbolos y un torbellino de cambios... El orden global no es estable ni equitativo, el proceso de cambios es acelerado, desigual, desconcertante» (p. 371). La globalización ha creado un complejo politeísmo secular donde casi cualquier cosa se vuelve un Absoluto, desde el dinero (In God we trust), que puede comprar casi todo, hasta la misma individualidad, el egocentrismo en su máxima expresión.
Sin embargo, desde los valores de las culturas marginales se puede resistir esta tendencia. Para el autor hay signos de que un mundo mejor es posible: los tenaces esfuerzos de ecologistas, de defensores de derechos humanos, de promotores del comercio justo, de defensoras de la tolerancia a la diversidad y la equidad de género, por mencionar algunos en la esfera secular. En el ámbito religioso las cosas tampoco son desalentadoras: «La religión no solo no se ha agotado, o reducido al ámbito privado, sino que presenta una nueva vitalidad. El talante posmoderno puede contribuir a respetar el misterio y a dar así un aporte a lo que algunos consideran el surgimiento de una nueva época religiosa» (p. 103).
Esta vitalidad religiosa es la que el autor encuentra entre los pueblos indígenas, ladinos y afroamericanos, donde «La identificación y cercanía de Dios con las personas pobres es una constante en la espiritualidad de la religiosidad popular y las culturas indígenas» (p. 136). Más concretamente, en el catolicismo popular «existe una vasta red de vínculos, que suelen no tener un membrete cristiano, pero de hecho ponen en práctica el ser eclesial, fiel al Dios de la vida» (p. 110).
Esta religiosidad es cristológica y mariológica: «En cada tiempo y lugar es posible encontrarse con el Salvador y su madre» (p. 328). Los pobres viven y celebran su fe expresándola en una gran variedad de creencias e imágenes, que van desde el “Niño Jesús”, hasta el “Cristo crucificado”, y «…en la simbólica construida por los oprimidos, las diversas imágenes de la Virgen, con rasgos indios, negros, mestizos, humanos, manifiestan el rostro materno de Dios». Es, por tanto, una fe liberadora: «la encarnación en medio de los pobres teológicamente define la historia humana. Esto permite entender la salvación desde la opción de Dios por los últimos que son los primeros; desde la opción de Dios por María» (p. 328).
Sin embargo, el autor sostiene que la religiosidad popular debe ser vista no sólo con el corazón, sino también con lucidez crítica, pues advierte cierto divorcio entre fe y praxis eclesial: «Uno constata incoherencias cuando casi todo el mundo dice creer, pero la maldad campea en el mundo» (p. 258), y también ambivalencias como «manipulaciones de lo sagrado, plegarias sin responsabilidad ética, imágenes apropiadas por un grupo en contra de otro…, carencia de memoria del Jesús del Evangelio, cierta distancia entre el culto y el mensaje bíblico» (p. 266). Al respecto, el autor afirma que «A la teología le corresponde tanto explicitar la fidelidad al Dios vivo como denunciar la existencia de dioses falsos…», para lo cual debe apoyarse en «las ciencias humanas y las sabidurías del pueblo que desenmascaran absolutos que deshumanizan» (p. 337).
De esta manera, el autor señala que el principal reto para la fe cristiana es hacer una formulación teológica propia, en diálogo con otras disciplinas y con la sabiduría popular, compartiendo conocimientos, métodos, experiencias, etc. Este enfoque interdisciplinario «forma parte de la innovación teológica que acontece en América Latina» (p. 91), cuya raíz está en el modo de proceder de las teologías autóctonas:
El modo de proceder de las teologías indígenas consiste en reflexionar desde los márgenes, en diálogo con sabidurías populares, en franca y humilde escucha del clamor de la creación y de la humanidad. Entre estas y otras teologías no caben meros intercambios de ideas. Más bien, se encuentran diversas espiritualidades y se conjugan varias facetas de la praxis liberadora. Se trata de una interacción orientada a la fuente de la Vida. No interesan nociones sobre cosas sagradas; lo que nos apasionan son los acercamientos a la Presencia Divina (p. 391).
Además, Diego Irarrázaval plantea estos otros desafíos: la articulación de esfuerzos académicos y pastorales, tanto a escala local como regional; aprender a escuchar lo que dicen otras culturas; conocer lo que ocurre en otras latitudes del planeta, especialmente en África y en Asia, donde existen interesantes esfuerzos de los que podemos aprender.
Un último desafío: en esta búsqueda cristiana debemos superar la visión de que la religiosidad de los pueblos y culturas marginadas necesita purificarse, porque quizás quien debe hacerlo es la religión oficial. El autor confiesa: «He aprendido, en comunidades afroamericanas e indígenas, que lo problemático no es Cristo sino sistemas humanos que llevan su nombre -las cristiandades-… Lo cristiano está encadenado a pasadas colonizaciones y a la actual globalización occidental…» (p. 424)

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