martes, 6 de mayo de 2014

LOS POBRES Y LA TEOLOGÍA. ¿QUÉ QUEDA DE LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN? El libro de José María Castillo (Recensión)



Por: Julio Rafael Gutiérrez

CASTILLO, José María, Los pobres y la teología. ¿Qué queda de la Teología de la Liberación?, Desclée de Brouwer, Bilbao 1998.
378 páginas.
ISBN: 9788433012685.


¿Qué relación hay entre los pobres y la teología? ¿Por qué la pregunta por lo que queda de la Teología de la Liberación? Ambas interrogantes son la clave de lectura de la obra del teólogo José María Castillo que se presenta en este trabajo. Su título es pertinente porque plantea la cuestión en el contexto del “fin de la teología de la liberación”, en boga desde finales del siglo pasado.
Entendiendo por teología «el saber cristiano estructurado en un cuerpo de doctrinas sistematizadas en diversos tratados…» (p. 21), el autor afirma que «desde la Baja Edad Media hasta la mitad del presente siglo, la teología apenas se ha preocupado por los pobres» (p. 22), a pesar de que la opción preferencial por ellos es un dato fundamental en la Biblia. A partir de esta afirmación es posible vislumbrar la respuesta a la primera pregunta con que inicia este trabajo: los pobres tienen mucho qué decir a la teología y ésta, mucho que aprender de ellos. Y justo aquí aparece la teología de la liberación, pues es ella quien «ha situado a los pobres en el centro mismo del quehacer teológico» (p. 24), devolviéndoles la centralidad que tienen en las Sagradas Escrituras.
Este libro, pues, ha de leerse desde esta doble perspectiva: qué se puede aprender desde los pobres poniéndolos en el centro de la reflexión teológica, y cómo ha hecho esto la teología de la liberación.
Los pobres plantean fundamentalmente tres problemas al quehacer teológico en la actualidad: uno es el problema hermenéutico, porque «toda lectura de la realidad es… una interpretación de dicha realidad» (p. 28), que a su vez está mediada por el lugar desde el cual se hace esa lectura. Para la teología ese lugar debe ser el de los pobres, pues: «el mundo de los pobres es una realidad que da que pensar; es una realidad que capacita a pensar; y es una realidad que enseña a pensar. Por supuesto…, a pensar  en Dios» (p. 35). El segundo problema es ético, pues el clamor de los pobres plantea la interrogante de qué hacer ante tal situación (Ex 2, 23). La Iglesia ha respondido a este clamor con orientaciones y criterios claros para la acción cristiana en el mundo. Sin embargo, la situación dramática de los pobres no cambia. ¿Por qué no cambian las cosas? Porque el problema no se resuelve sólo con doctrinas, sino también con praxis, y aquí es donde está el fallo. Esto nos remite al tercer problema, el eclesiológico. Según la doctrina paulina y la tradición sinóptica, «hay auténtica Iglesia de Cristo allí donde la comunidad cristiana hace presente a Jesús y lo que hizo y dijo Jesús» (p. 69). La teología ha de reflexionar sobre este dato fundamental y preguntarse si la organización actual de la Iglesia y su funcionamiento cumplen con el cometido de hacer presente a Jesús entre la gente pobre. En otras palabras, si la Iglesia, tal como está organizada hoy, es presencia gozosa y esperanzadora de Jesús de Nazaret en medio de la gente que más sufre en este mundo.
A partir de los tres problemas señalados, se deducen dos condiciones necesarias para elaborar una auténtica teología desde los pobres: la opción por la debilidad y el rechazo del poder. En efecto, los evangelios muestran que Jesús puso su vida al servicio de los sectores marginados de su sociedad y de su tiempo (pobres, pecadores, enfermos y mujeres); y también muestran que se enfrentó a los grupos que detentaban algún tipo de poder (sacerdotes, ancianos, escribas y fariseos). El rasgo común del primer grupo es su debilidad ante el sistema, por causa de su estatus religioso, que les ponía en situación de dependencia total de Dios; el del segundo grupo es su poder ante el pueblo, derivado de su estatus religioso, que les puso en situación de representantes de Dios. Por tanto, la teología ha de concebirse como servicio a los pobres y, al mismo tiempo, debe rechazar la tentación de constituirse en poder.
Una teología desde los pobres debe elaborarse a partir de la vida, la libertad y la utopía. Toda la Biblia revela que Dios es Dios de vida, de promesas y que libera. Son exactamente las aspiraciones vitales de la gente pobre que la pasa muy mal en este mundo. La teología no puede hablar de otras cosas, sin antes hablar de estas realidades, porque Jesús vino a dar vida en abundancia (Jn 10,10), a liberarnos del pecado (Ga 5,1.13) y a anunciar la buena noticia del Reino de Dios (Mc 1, 15). El Reino de Dios tiene que ver con mejorar las condiciones de vida de los pobres (Lc 4, 18s; Mt 11, 4s), por eso el cristianismo es esencialmente utópico, solo que la utopía cristiana no es la igualdad social, sino una sociedad estructurada según el principio de la preferencia por lo débil. Y por esto el cristianismo es también conflictivo (pp. 340-341).
Una valoración final. En este libro, el autor ha mostrado similitudes con los planteamientos de teólogos de la liberación como J. Sobrino, J. L. Segundo, G. Gutiérrez, por mencionar algunos. Las principales similitudes son las siguientes: la centralidad de los pobres en el quehacer teológico, la doble fidelidad a Dios y al pueblo pobre; la inseparabilidad entre la reflexión teológica y el análisis histórico; el recurso a la exégesis bíblica, especialmente en el descubrimiento de la centralidad del reino de Dios en el Evangelio. En síntesis, la gran coincidencia está en el interés por decirle al pobre, a quien se le imponen condiciones de vida que expresan una negación del amor, que Dios lo ama.

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