Por: Julio Rafael Gutiérrez
CASTILLO, José María, Los pobres y la teología. ¿Qué queda de la
Teología de la Liberación?, Desclée de Brouwer, Bilbao 1998.
378 páginas.
ISBN: 9788433012685.
ISBN: 9788433012685.
¿Qué
relación hay entre los pobres y la teología? ¿Por qué la pregunta por lo que
queda de la Teología de la Liberación? Ambas interrogantes son la clave de
lectura de la obra del teólogo José María Castillo que se presenta en este
trabajo. Su título es pertinente porque plantea la cuestión en el contexto del
“fin de la teología de la liberación”, en boga desde finales del siglo pasado.
Entendiendo
por teología «el saber cristiano estructurado en un cuerpo de doctrinas
sistematizadas en diversos tratados…» (p. 21), el autor afirma que «desde la
Baja Edad Media hasta la mitad del presente siglo, la teología apenas se ha
preocupado por los pobres» (p. 22), a pesar de que la opción preferencial por ellos
es un dato fundamental en la Biblia. A partir de esta afirmación es posible
vislumbrar la respuesta a la primera pregunta con que inicia este trabajo: los
pobres tienen mucho qué decir a la teología
y ésta, mucho que aprender de ellos. Y justo aquí aparece la teología de la
liberación, pues es ella quien «ha situado a los pobres en el centro mismo del
quehacer teológico» (p. 24), devolviéndoles la centralidad que tienen en las
Sagradas Escrituras.
Este
libro, pues, ha de leerse desde esta doble perspectiva: qué se puede aprender desde
los pobres poniéndolos en el centro de la reflexión teológica, y cómo ha hecho esto
la teología de la liberación.
Los pobres
plantean fundamentalmente tres problemas al quehacer teológico en la
actualidad: uno es el problema hermenéutico, porque «toda lectura de la
realidad es… una interpretación de
dicha realidad» (p. 28), que a su vez está mediada por el lugar desde el cual
se hace esa lectura. Para la teología ese lugar debe ser el de los pobres, pues:
«el
mundo de los pobres es una realidad que da
que pensar; es una realidad que capacita
a pensar; y es una realidad que enseña
a pensar. Por supuesto…, a pensar en Dios» (p. 35). El segundo problema es ético, pues
el clamor de los pobres plantea la interrogante de qué hacer ante tal situación
(Ex 2, 23). La Iglesia ha respondido a
este clamor con orientaciones y criterios claros para la acción cristiana en el
mundo. Sin embargo, la situación dramática de los pobres no cambia. ¿Por qué no
cambian las cosas? Porque el problema no se resuelve sólo con doctrinas, sino
también con praxis, y aquí es donde está el fallo. Esto nos remite al tercer
problema, el eclesiológico. Según la doctrina paulina y la tradición sinóptica,
«hay auténtica Iglesia de Cristo allí donde la comunidad cristiana hace
presente a Jesús y lo que hizo y dijo Jesús» (p. 69). La teología ha de
reflexionar sobre este dato fundamental y preguntarse si la organización actual
de la Iglesia y su funcionamiento cumplen con el cometido de hacer presente a
Jesús entre la gente pobre. En otras palabras, si la Iglesia, tal como está
organizada hoy, es presencia gozosa y esperanzadora de Jesús de Nazaret en
medio de la gente que más sufre en este mundo.
A partir de los tres problemas señalados,
se deducen dos condiciones necesarias para elaborar una auténtica teología
desde los pobres: la opción por la debilidad y el rechazo del poder. En efecto,
los evangelios muestran que Jesús puso su vida al servicio de los sectores
marginados de su sociedad y de su tiempo (pobres, pecadores, enfermos y
mujeres); y también muestran que se enfrentó a los grupos que detentaban algún
tipo de poder (sacerdotes, ancianos, escribas y fariseos). El rasgo común del
primer grupo es su debilidad ante el
sistema, por causa de su estatus
religioso, que les ponía en
situación de dependencia total de Dios; el del segundo grupo es su poder ante el pueblo, derivado de su estatus religioso, que les puso en
situación de representantes de Dios. Por tanto, la teología ha de concebirse
como servicio a los pobres y, al mismo tiempo, debe rechazar la tentación de constituirse
en poder.
Una teología desde los pobres debe
elaborarse a partir de la vida, la libertad y la utopía. Toda la Biblia revela
que Dios es Dios de vida, de promesas y que libera. Son exactamente las aspiraciones vitales de la gente pobre que
la pasa muy mal en este mundo. La teología no puede hablar de otras cosas, sin
antes hablar de estas realidades, porque Jesús vino a dar vida en abundancia (Jn 10,10), a liberarnos del pecado (Ga 5,1.13) y a anunciar la buena noticia
del Reino de Dios (Mc 1, 15). El Reino
de Dios tiene que ver con mejorar las
condiciones de vida de los pobres (Lc
4, 18s; Mt 11, 4s), por eso el
cristianismo es esencialmente utópico, solo que la utopía cristiana no es la
igualdad social, sino una sociedad estructurada según el principio de la preferencia por lo débil. Y por esto el
cristianismo es también conflictivo (pp. 340-341).
Una valoración final. En
este libro, el autor ha mostrado similitudes con los planteamientos de teólogos
de la liberación como J. Sobrino, J. L. Segundo, G. Gutiérrez, por mencionar
algunos. Las principales similitudes son las siguientes: la centralidad de los pobres
en el quehacer teológico, la doble fidelidad a Dios y al pueblo pobre; la inseparabilidad
entre la reflexión teológica y el análisis histórico; el recurso a la exégesis
bíblica, especialmente en el descubrimiento de la centralidad del reino de Dios
en el Evangelio. En síntesis, la gran coincidencia está en el interés por
decirle al pobre, a quien se le imponen condiciones de vida que expresan una
negación del amor, que Dios lo ama.
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