Por: Tito Escalante.
Tamayo, Juan José, Invitación
a la Utopía. Estudio histórico para tiempos de crisis.
Editorial Trotta, Madrid, 2012.
304 páginas.
ISBN: 9788498793123.
Juan José Tamayo (Amusco, Palencia, 1946) es doctor en
Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca y doctor en Filosofía por
la Universidad Autónoma de Madrid. Dirige la Cátedra de Teología y Ciencias de
las Religiones “Ignacio Ellacuría” en la Universidad Carlos III de Madrid, es
profesor de la Cátedra Tres Religiones en la Universidad de Valencia y profesor
invitado en numerosas universidades nacionales e internacionales. Es, asimismo,
secretario general de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII, miembro
del Comité Internacional del Foro Mundial de Teología y Liberación, de la Junta
Directiva de la Asociación para el Diálogo Interreligioso en Madrid (ADIM) y
del Patronato de la Fundación Siglo Futuro. Dirige cursos especializados de
teología y ciencias de las religiones, y colabora en revistas latinoamericanas
y europeas y en obras colectivas con estudios e investigaciones sobre ciencias
de las religiones, teología de las religiones y teología de la liberación,
disciplinas las dos últimas de las que es uno de sus más reconocidos
especialistas mundiales. Con el presente libro se completa su trilogía sobre la
utopía, cuyas dos entregas anteriores son: Religión,
razón y esperanza. El pensamiento de Ernst Bloch (1992), su tesis doctoral
en filosofía bajo la dirección del profesor Carlos Parías, y Para comprender la escatología cristiana
(2008).
Viaje in terram
utopicam es el título del primer capítulo de libro Invitación a la utopía de Juan José Tamayo. En este capítulo
realiza una descripción del concepto utopía y de su desarrollo histórico. Se
considera de mucho valor la etimología de la palabra «utopía», pues existen
discrepancias en cuanto al origen del término, generalmente se proponen dos
opciones: outopos y eutopos. Las dos opciones aportan
positivamente a la construcción de un concepto útil en el contexto que Tamayo
propone. Outopos como lugar no
existente pero deseable y eutopos
como el buen lugar al que todos aspiramos.
Tamayo realiza una reflexión sobre la utopía partiendo de la
antigüedad griega. Presenta a Homero con La
Odisea en el episodio de los feacios,
lo que ha sido considerado por los críticos literarios como “la primera
utopía de nuestra tradición literaria y cultural”. Dentro de este contexto
encontramos la utopía de Platón a quien se le considera el «padre del
pensamiento utópico». Durante la Edad Media hubo cantidad importante de
propuestas utópicas, que van desde Ireneo de Lyon con su interpretación literal
del Apocalipsis y su milenarismo. Agustín de Hipona se opone a la
interpretación milenarista literal, a la que define en la Ciudad de Dios como «fábulas
ridículas» y extiende el milenio al tiempo de la iglesia. El tiempo que
transcurre desde la primera venida hasta la segunda es el auténtico milenio, es
decir, el reino «que es en la tierra la iglesia». Además de tan connotados
teólogos medievales, no podemos dejar a Joaquín de Fiore, Francisco de Asís y
Pedro Valdo, a quienes Bounaiuti presenta como los impulsores de la primera
reforma eclesial. Pedro Valdo, ni pertenecía a la clerecía ni al monacato, era
un acaudalado comerciante que repartió su fortuna entre los pobres y que hizo
suyo el lema de Francisco de Asís: «Seguir desnudo a Cristo desnudo». Francisco
opta por la pobreza absoluta inspirada en el Evangelio. Al orgullo, la avaricia
y el espíritu mundano de los eclesiásticos responde con el testimonio de la
humildad y el ejemplo de la caridad. Francisco propuso la no-violencia activa. Algunas
de estas propuestas utópicas fueron vistas con sospecha por la Iglesia, pero
recibidas con entusiasmo por las comunidades que eran beneficiadas por estos
sueños de cambio. Se conoce de importantes movimientos utópicos que ejercieron
su influencia en la sociedad tales como los Espirituales y los moderados
surgidos del pensamiento franciscano en el paso del siglo XIII al XIV. El
horizonte ideológico en el que se movían era la teología de la historia de
Joaquín de Fiore y su impaciencia por el advenimiento de la tercera era, que
comportaría la realización de la utopía de una iglesia y una sociedad
igualitaria.
El sentido de insatisfacción que estaba presente y el deseo
de un mundo mejor movió a Tomas Müntzer con su utopía quiliástica. No podemos
hablar de utopías sin reconocer a Tomás Moro, creador según muchos del concepto
con su libro Libellus vere aureus nec
minus salutaris quam festivus de optimo reipublicae statu deque nova insula
Utopía. Se atribuye a Tomás Moro la
creación de la palabra utopía,
neologismo de origen griego cuyo significado es no-lugar. La obra se tradujo
al inglés en 1551 y el término utopía hizo fortuna. La idea de Moro es que
utopía es «País de ninguna parte» por considerar poco probable que un Estado
tan perfecto pudiera existir alguna vez en algún lugar. Sin olvidar al dominico
Tommaso Campanella con su propuesta de La
Ciudad del Sol.
La utopía encuentra su fundamento en la inconformidad y la
insatisfacción; el utopista no es un soñador empedernido, que ha caído presa
del pensamiento fantasioso. Sino que es un soñador despierto, que se resiste a
aceptar la realidad de manera pasiva, que
está dispuesto a despertar las conciencias adormecidas por la costumbre, la
ideología y el espiritualismo. La utopía de un mundo mejor le guía a tener
esperanza. Le impulsa a cree en un mundo
donde las mujeres serán tratadas con respeto y valoradas como seres humanos. Es
ese no-lugar lo que inspira al pensador utópico, determinado por contribuir a
la existencia de ese lugar inexistente
Los cambios sociales han estado presentes en los últimos
siglos, hubo un interesante despertar a la posibilidad de un mundo mejor. La no
aceptación del status quo, la
resistencia activa y el deseo de transformación, se apoderó de la mente y la
voluntad de la clase obrera. Parecía ser que la humanidad se estaba acercando
al mundo utópico con el que siempre había soñado. Es importante reconocer la
significativa cuota de mártires que fueron sacrificados en la construcción de
una sociedad más justa.
Sin embargo, parece ser que todavía no se materializa la
gran utopía de la humanidad, con la llegada del Siglo XX las cosas en realidad
no mejoraron, nos enfrentamos a dos guerras mundiales, la polarización del mundo y al empoderamiento
del capitalismo lo que ha tenido efectos devastadores en la ecología, acrecentando más la brecha entre los que lo
tienen todo y los que no tienen nada, el trato inhumano de la clase trabajadora
y la desintegración de la familia como producto de la sociedad de consumo.
Tamayo hace un planteamiento que adquiere gran valor y es la
propuesta del reino de Dios como la gran utopía. Mientras los seres humanos
realizaron importantes esfuerzos por regresar al orden el caos social producto
del egoísmo, es necesario asumir los límites que estos esfuerzos han tenido. La
humanidad ha avanzado, pero no lo suficiente. Todavía hay cosas que están mal. En
este tema Isaías nos proporciona interesantes imágenes utópicas un ejemplo es
el siguiente: «Miren, yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva. Lo
pasado quedará olvidado, nadie se volverá a acordar de ello» (Isaías 65:17); para Isaías esta nueva
creación se realiza con la llegada del Mesías. Jesús de Nazaret es la materialización del reino de Dios, su vida,
enseñanza y ministerio, le permite a la humanidad recuperar la esperanza de una
vida plena. La vida y mensaje de Jesús de Nazaret se caracteriza por su interés
en la libertad, la justicia, el amor y el buen vivir. Es la búsqueda de la
libertad que rompe las cadenas de opresión manifestadas a través de las
enfermedades, el hambre, la marginación y la exclusión social. Jesús en Lucas 4:18-21 encarna la misión
libertadora que como Mesías debía asumir. Y termina la lectura afirmando: «Hoy
se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros».
El trabajo de Juan José Tamayo, con su recorrido histórico a
través de la evolución y desarrollo de las distintas utopías, es de sumo valor
en tiempos en el que las personas están perdiendo los deseos de vivir y el fatalismo se ha apoderado de las mentes,
donde el pesimismo en relación al porvenir ha discapacitado a las personas,
hundiéndoles en un terrible nihilismo. Vivimos en tiempos de crisis y
necesitamos con urgencia recuperar la capacidad de creer en un mundo mejor. Es
un llamado a la comunidad cristiana para ir más allá del discurso y continuar
trabajando por la transformación de este mundo a través de la promoción y
práctica de los valores del reino de Dios.
El
aporte que este libro y el pensamiento de Juan José Tamayo ofrece a la
teología es innovador y puede resultar
incómodo para algunos, que prisioneros de sus ideas, elevan sus defensas y
trabajan por desautorizar la voz de este utopista del siglo XXI. Sin embargo,
no se puede negar la influencia que está experimentando en diversos círculos de
reflexión teológica, tanto en el mundo católico como evangélico en América
Latina.